Crónica de un ligue es un concurso apócrifo donde lectores de un blog escriben sobre un
encuentro amoroso. Y seguramente muchas de estas crónicas son verdaderas. Una
colección de amantes que ofrece al lector una visión multipolar del amor
contemporáneo que borda sobre ese mismo y eterno asunto. Y que ahora comparte
esta red social. De adolescentes en adelante.
|
Bonita
De Frank
Fue la única vez que me ocurrió algo así en la
vida. Yo era un bailarín de fin de semana, tenía veinte años y esa noche habíamos
caído en una fiesta que un tercero le dijo a un segundo y éste le avisó a un
primero; es decir, no teníamos mucha idea de quién era el dueño de la casa, ni
de quién era el ron que generosamente se escanciaba en la cocina.
Llegamos tardecito, por ahí de las diez de la
noche y no fuimos recibidos con un gran entusiasmo ni mucho menos porque éramos
como diez, metidos todos en un vochito rojo no sé ni cómo. Yo iba adelante,
encima de una generosa gordita que me acogió en su seno, o tal vez debería
decirlo en plural, para nada incómodo. Pero ya dentro de la casa que estaba por
la colonia Volcanes la verdad no volví a ver a ninguno de mis compinches,
porque en realidad ni los conocía mucho, fue una bolita que se formó en otra
fiesta que esa tarde había asistido en la casa de mi amiga Olga. Ella sí buena
amiga. De ahí recalé con esta gente a esta fiesta de gente desconocida, no muy
amable, aunque sí joven y de apariencia universitaria y medio tímida porque no
se atrevieron a decirnos nada. Cuando menos pensamos ya andábamos dándole vuelo
a la hilacha, bailando a la Michael Jackson. Será porque nos dispersamos y ya
no supieron ni a quién correr o no sé.
Pero bueno, son los detalles para contar mi
ligue que ocurrió un buen rato después de que llegamos, ya cuando había bailado
con una muchachita que no sabía bailar y que en la primera oportunidad le di
las gracias y la senté de donde la había levantado. Bailé con alguien más que
no recuerdo y hasta después de un buen rato bailé con esta otra muchachita, la
del supuesto ligue, porque no sé si lo que ocurrió esa noche califique para ser
llamado ligue, pero bueno. Saca tu propia conclusión. Yo creo que sí, pero no
sé.
Sucede que la vi sentadita y no fue que me
impresionara ni nada, la vi sentada y la fui a sacar a bailar como antes había
sacado a bailar a las otras dos muchachas. Y ella salió a bailar sin pensarlo
mucho y estuvimos bailando un par de rolas muy sabrosas porque, lo que sea de
cada quien, bailaba muy bonito, muy bien.
Era una chavita más bien joven, de unos 15 ó 16
años, muy bien desarrolladita; nada fea pero tampoco tan bonita. Bonita, sí,
pero no exageradamente. En ese plan, estaba más bonita la güerita que no sabía
bailar. Pero bueno. Esta niña, cuyo nombre nunca supe, bailaba rico y como yo
también bailaba muy bien –modestia aparte–, nos la pasamos muy chido. La
verdad no me acuerdo qué rolas eran, pero eran de bailar pegadito,
arrullándonos, apretándonos, disfrutando a cada paso, en cada vaivén; entonces sin
saber cómo, de repente, nuestras bocas se encontraron frente a frente, a un
milímetro de distancia, y cuando menos supimos los dos estábamos enzarzados en
tremendo beso de lengüita y todo. No, pos no. Fue el acabóse del placer y de la
sensualidad, digo yo. Qué naturalidad y qué sencillez. Así deberían ser todas
las relaciones humanas, con suavidad y sin tanto embrollo, sin tanto rollo.
Aquí no hubo el más mínimo discurso, ni siquiera nos dijimos nuestros nombres y
estábamos disfrutando de esa virtud que tienen nuestras bocas de besarse silenciosamente,
sin tanta alharaca, así como nuestros cuerpos bailaban sin contrataciones, ni
diálogos, ni permisos del papá o la mamá. No se me ocurrió pensar en el
hermano.
En esas estábamos cuando fuimos interrumpidos por un joven, un muchacho como de mi edad, de repente la detuvo del brazo, yo me detuve también, el tipo que resultó ser su hermano, le reclamó airadamente a la joven que qué era lo que estaba
haciendo ahí. Pues bailando. No, tú te vas a la casa, le dijo el sujeto.
Rápidamente comprendí que se trataba del hermano. La niña se resistió, por
supuesto, mientras yo aguardé con cauteloso silencio sin soltarla de la cintura,
como apoyándola en caso de necesidad pero también dándole libertad para que
hiciera lo que necesitara. Si quiere seguir bailando seguimos bailando, si te
tienes que ir lo comprenderé.
El muchacho se fue muy enojado por ahí y
afortunadamente no se metió conmigo, aunque me miró bien feo. Se fue y nosotros
dimos algunos pasitos como si siguiéramos bailando pero la verdad es que algo
había ocurrido en nuestro paraíso y la magia nos había abandonado. Mala vibra
del hermanito, pues, además de que otras parejas nos veían como si fuéramos
criminales. Fue ahí donde cometí el
error de no pedirle su teléfono o darle el mío o algo. Nos miramos y
comprendimos que el sueño había terminado, que había sido una fantasía gloriosa
de muchos generosos minutos pero ahora cada quien debía regresar a su realidad.
Nos separamos en medio de la sala de
aquella casa desconocida y cada quien agarró para lados opuestos. Yo iba muy
feliz porque nunca me había pasado algo así, como experiencia valía
muchísimo, me encantaba haberla vivido, pero al día siguiente, y en los
meses y años que siguieron, me arrepentí de no haber actuado. Tal vez éramos el
uno para el otro, como lo demostró nuestra naturaleza sin palabras y nos
permitió ser nosotros mismos en un nivel desconocido, inexplorado. No lo sé. Nunca volví a
verla, pero lo más feo del caso es que, si la viera, no podría reconocerla, simplemnte no
la reconocería.
Si acaso lees esta crónica y eres tú, pues soy yo, Frank.
.