El
pobre aprende a razonar como los antiguos cazadores recolectores. Es un asomo
que inhibe sus deseos de alcanzar algo que esté más allá de su sustento
fundamental, que es el que aplaca el hambre. El cazador piensa en lo inmediato
y el futuro no significa nada, excepto que se trate de un invierno muy frío o
un desastre natural que acabe con sus presas. El cazador vive al día, a la
hora. Si caza come y si come se relaja; si no caza sufre hambre.
Los
cazadores-recolectores formalmente no existen, sin embargo, en un país con
tantísimos pobres, la mentalidad de aquellos ancestros pre-agrícolas se renueva
en los embates de cada nueva crisis, aunque ya no se persigue a pequeños
mamíferos sino a esquivos kilogramos de frijol o de tortillas, uno que otro
huevito y cuando la fortuna es magnánima una piernita de pollo hormonado.
La
actual cruzada contra el hambre enfrenta este dilema, pues unos pocos hablan
desde una perspectiva desarrollista que considera planeaciones, proyectos y
acumulación de capital, mientras que el resto aspira solo a asegurar la comida
de ese día y, con sobrado entusiasmo, de la semana que empieza cualquier día.
Foto de:
arquitectura.medellin.unal.edu.co
Comentarios
Publicar un comentario