De niño amé profundamente a Dios, muchas veces tuve en la iglesia momentos de éxtasis místico en los que casi casi se me apareció diosito. Sólo se necesitaba imaginación. Después de los doce años mi fe cristiana declinó para siempre y entonces lo que tuve fueron dudas, muchas dudas. Octavio Paz dice que el escepticismo es la antesala de la fe. Se deja de creer para terminar creyendo en algo. Yo creo eso mismo.
A principios del siglo XXI no podemos decepcionarnos más de los seres humanos. Pienso con Ciorán que “las ilusiones se han desacreditado, pero la pesadilla persiste, decapitada y desnuda; continuamos deseándola precisamente porque es nuestra y no sabemos con qué remplazarla.” (Desgarradura p. 44) A mis cincuenta años creo que no es necesario definir mi fe. Si lo haces resulta casi grotesco, como estar adornando un ídolo de rosa o de café. En cambio, si no defines tu fe puedes moverte para probar otras ciertas fes, que es placentero experimentar alguna vez en la vida: la militancia social, la ecológica, el yoga occidental y la vida vegetariana son formas de fe, donde hay santones y radicales, pero sobre todo gente como tú o yo que compartimos por momentos el compromiso con la fe que nos permite creer en algo. No se puede ser un payaso en cuestiones de fe, el compromiso es verdadero, creemos en teorías que nos imponen disciplinas y trabajamos por ellas. Es el éxito personal, mayor o menor, al que aspiran los seres humanos. Todos los seres humanos que quieren seguir viviendo necesitan tener fe. La disolvencia sobreviene no cuando se pierde una fe, sino cuando choca con otra fe que piensa lo contrario de ella sobre un mismo dilema. O tal vez debería decir: la insolvencia.
Tengo fe en la ciencia. Y eso es tener fe en la humanidad. Algún día, la ciencia proveerá al ser humano de un equilibrio mental y físico que hoy -y mañana- parecen improbables. Algo se ha avanzado, sin embargo. Este ser humano científico –del que aún somos especímenes muy primitivos- trabajará por el bienestar y el porvenir de todos los seres humanos, donde cada quien tendrá una responsabilidad definida y habrá de cumplirla. Cuando sea posible eliminar el oprobioso hambre del mundo, cuando se destruyan las armas por obsolescencia, cuando gobierne la voz popular en una democracia científica basada en la estadística -que no se les pide otra cosa a los organismos electorales-, podremos ver, tal vez, a ese hombre y a esa mujer científicos que avanzan sobre el ser cibernético que ahora (ya) somos, pegados a computadoras, celulares, aipod; dependientes del bit. Un ser científico que empezó en la revolución industrial, fantaseó en el siglo XIX, se afianzó en el siglo XX y despunta el XXI con inseguridad, amenazado por el calentamiento global, la contaminación, la extinción de especies, la epidemias, las enfermedades individuales y las arcaicas tiranías. Pero confío en que será la ciencia la que resuelva ese problema y otros, que aún desconocemos.
El que no vayamos a ser nosotros, hoy y mañana, actores de ese mundo de las sociedades científicas del futuro, no implica que no podamos intentar vivir como seres científicos de nuestro mundo contemporáneo. Ser civilizados con nuestras familias, en nuestros empleos. No robar. Asumir las responsabilidades sociales que se nos indican; manejar automóviles como seres humanos, respetar las filas. No matar. Luchar por tener empleos dignos con salarios dignos, pugnar por dejar de ver pobreza por todos lados. Ese comportamiento, que descansa en aquella mencionada fe, me permite ser, desde hoy, un mejor ser humano. La ciencia nos dará libertad. ¿Y no es lo más grande a que puede uno aspirar? Yo creo en eso. Pero ¿… es mi fe?
A principios del siglo XXI no podemos decepcionarnos más de los seres humanos. Pienso con Ciorán que “las ilusiones se han desacreditado, pero la pesadilla persiste, decapitada y desnuda; continuamos deseándola precisamente porque es nuestra y no sabemos con qué remplazarla.” (Desgarradura p. 44) A mis cincuenta años creo que no es necesario definir mi fe. Si lo haces resulta casi grotesco, como estar adornando un ídolo de rosa o de café. En cambio, si no defines tu fe puedes moverte para probar otras ciertas fes, que es placentero experimentar alguna vez en la vida: la militancia social, la ecológica, el yoga occidental y la vida vegetariana son formas de fe, donde hay santones y radicales, pero sobre todo gente como tú o yo que compartimos por momentos el compromiso con la fe que nos permite creer en algo. No se puede ser un payaso en cuestiones de fe, el compromiso es verdadero, creemos en teorías que nos imponen disciplinas y trabajamos por ellas. Es el éxito personal, mayor o menor, al que aspiran los seres humanos. Todos los seres humanos que quieren seguir viviendo necesitan tener fe. La disolvencia sobreviene no cuando se pierde una fe, sino cuando choca con otra fe que piensa lo contrario de ella sobre un mismo dilema. O tal vez debería decir: la insolvencia.
Tengo fe en la ciencia. Y eso es tener fe en la humanidad. Algún día, la ciencia proveerá al ser humano de un equilibrio mental y físico que hoy -y mañana- parecen improbables. Algo se ha avanzado, sin embargo. Este ser humano científico –del que aún somos especímenes muy primitivos- trabajará por el bienestar y el porvenir de todos los seres humanos, donde cada quien tendrá una responsabilidad definida y habrá de cumplirla. Cuando sea posible eliminar el oprobioso hambre del mundo, cuando se destruyan las armas por obsolescencia, cuando gobierne la voz popular en una democracia científica basada en la estadística -que no se les pide otra cosa a los organismos electorales-, podremos ver, tal vez, a ese hombre y a esa mujer científicos que avanzan sobre el ser cibernético que ahora (ya) somos, pegados a computadoras, celulares, aipod; dependientes del bit. Un ser científico que empezó en la revolución industrial, fantaseó en el siglo XIX, se afianzó en el siglo XX y despunta el XXI con inseguridad, amenazado por el calentamiento global, la contaminación, la extinción de especies, la epidemias, las enfermedades individuales y las arcaicas tiranías. Pero confío en que será la ciencia la que resuelva ese problema y otros, que aún desconocemos.
El que no vayamos a ser nosotros, hoy y mañana, actores de ese mundo de las sociedades científicas del futuro, no implica que no podamos intentar vivir como seres científicos de nuestro mundo contemporáneo. Ser civilizados con nuestras familias, en nuestros empleos. No robar. Asumir las responsabilidades sociales que se nos indican; manejar automóviles como seres humanos, respetar las filas. No matar. Luchar por tener empleos dignos con salarios dignos, pugnar por dejar de ver pobreza por todos lados. Ese comportamiento, que descansa en aquella mencionada fe, me permite ser, desde hoy, un mejor ser humano. La ciencia nos dará libertad. ¿Y no es lo más grande a que puede uno aspirar? Yo creo en eso. Pero ¿… es mi fe?
Yo comulgo con la misma fe que tu, y no solo por razones profesionales. Desafortunadamente mi trabajo me hace interactuar con algunos especímenes representantes de la raza científica que erosionan el optimismo... esperemos que solo sea cuestión de tiempo para que al ciencia nos lleve por caminos menos pedergosos.
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