Tengo la edad de aquellos que estudiaron la universidad entre los años setenta y ochenta e hicimos nuestras primeras investigaciones en arqueológicas fichas de cartón tamaño media carta de colores diversos, aunque prevalecían las blancas, rosas, amarillas, verdecitas y azul pastel. Ahí escribíamos en máquina mecánica las citas de los autores estudiados y las búsquedas y reflexiones que dominaban aquellos tiempos. Diversos hitos de las ciencias sociales estructuradas con la teoría marxista, que era una metodología de carácter obligatorio. Me interesa hablar de aquellos años, pues ahora veo con la tecnología y con las hijas una versión completamente nueva de las preocupaciones humanas. Escudriñar en los recuerdos una especie de metodología que me permita, en primer lugar, explicar mis propios cambios en tan pocos años, y en el mejor de los casos, encontrar una forma de entender las nuevas mentalidades de las que me siento tan ajeno. Ya sé que en todas estas palabras hay muchas contradicciones, pero ese es justamente mi estado mental. No quiero hablar por hablar, sino expresar dos o tres ideas que han rondado en mi cabeza durante décadas. Tienen que ver con esas breves aficiones que tocan a nuestra puerta alguna vez en la vida y que uno decide si las procura o no.
En mis fueros internos reconozco que nunca en mi vida he terminado nada a plena satisfacción, pero eso tal vez nos ocurra a todos. Mi modesta obra me ha dado satisfacciones también modestas pero vitales, ensayos de varios quehaceres que nunca he asumido con formalidad profesional, como sí asumí la paternidad de dos hermosas bestias, un matrimonio responsable y mi trabajo como empleado añejo, obediente y eficaz que ha podido salir adelante con el sudor de su frente y de sus asentaderas.
Aunque tengo desagradables defectos como ser humano, espero reflejar aquí al hombre positivo que también está conmigo y que me ha llevado a ser un señor decente y convencional de San José Mayorazgo, colonia de Puebla, que no tiene más propiedades que unas carcachas veinteañeras, dos pantalones de mezclilla, tres camisas y dos chamarritas para el frío breve. Un mexicano de bolsillos rotos que vive al día convencido de que es inútil llorar y que es mejor reírse de sí mismo y también de este pobre país tan defectuoso que habitamos estos ciudadanos cojos, ciegos y mudos, en el que no nos interesa hablar con el vecino, apáticos ante la zozobra, incapacitados políticamente, que no creen en nada, que no son prácticos sino pederos, que el maestro Ciorán pinta tan de cuerpo entero en esa frase de mitos sin sustancia. Somos unos mitoteros, pero alguna substancia podríamos tener, pues provenimos de un país muy antiguo y sabio. No es posible que seamos hijos de esta tierra y seamos tan bárbaros. Denise Dresder lo dice mejor en un discurso que Oli amablemente me mandó, dice que en México muchos hemos vivido “con la mano extendida, con la palma abierta, esperando la próxima dádiva del próximo político, esperando la entrega del cheque o el contrato o la camiseta o el vale o la torta o la licuadora o la pensión o el puesto o la recomendación o la concesión de un bien público; esperando la dádiva de lo que Octavio Paz llamó "el ogro filantrópico": la generosidad del estado, que con el paso del tiempo produce personas acostumbradas a recibir, en vez de participar; personas que son vasos y tazas, ciudadanos vasija, ciudadanos olla, recipientes en vez de participantes, resignados ante lo poco que se vacía dentro de ellos, porque la economía no crece lo suficiente, porque el país no avanza como debería, porque el tiempo transcurre y los pobres no dejan de serlo”.
Entonces es necesario participar en una amplia discusión sobre lo que somos. Y lo que podemos ser. Es prioritario que los mexicanos reflexionemos sobre nuestras visibles enfermedades sociales, los mercados de trabajo inexistentes, la respuesta automática para la corrupción, “me agarró un mordelón”, la indiferencia ante el bárbaro deterioro ecológico. “Vino el Ayuntamiento y cortó 48 árboles”, la degradación humana, “cazan a 300 emigrantes”, el caos, “15 muertos en Chihuahua”. Y todo empieza ahí, en lo que somos, viendo que, como dice Dresder, “frente a los motivos para cerrar los ojos están los motivos para abrirlos”.
“Escribimos para que se nos recuerde, aunque escribamos olvidando o para olvidar algo”, dijo Francisco Umbral un poco antes de su muerte en agosto de 2007. Diez años antes de la vejez oficial, lejos ya de la adolescencia, la muerte es una de mis conversaciones. Octavio Paz expresó que “el escepticismo es la antesala de la fe”, yo no lo sé. Pero lo que entrego en mi saldo de creencias es un abigarrado cuerpo ideológico de un hombre sin ninguna fe, mitos sin sustancia de un agnóstico que no ha encontrado nunca, después de los siete años, una fe en la cual refugiarse ni en las religiones, ni en la política, ni en las ong. Un incrédulo profesional que quiere participar en la edificación de su destino, pero que desconfía profundamente de sus semejantes. Un izquierdista sartoriano, alcohólico, egoísta, romántico, soñador e irresponsable, como la inmensa mayoría de los mexicanos.Un blog sobre nuestra cultura tomando en cuenta todas estas consideraciones que explican al inexistente lector las razones por las que un hombre común y corriente tiene algo que decir.
En mis fueros internos reconozco que nunca en mi vida he terminado nada a plena satisfacción, pero eso tal vez nos ocurra a todos. Mi modesta obra me ha dado satisfacciones también modestas pero vitales, ensayos de varios quehaceres que nunca he asumido con formalidad profesional, como sí asumí la paternidad de dos hermosas bestias, un matrimonio responsable y mi trabajo como empleado añejo, obediente y eficaz que ha podido salir adelante con el sudor de su frente y de sus asentaderas.
Aunque tengo desagradables defectos como ser humano, espero reflejar aquí al hombre positivo que también está conmigo y que me ha llevado a ser un señor decente y convencional de San José Mayorazgo, colonia de Puebla, que no tiene más propiedades que unas carcachas veinteañeras, dos pantalones de mezclilla, tres camisas y dos chamarritas para el frío breve. Un mexicano de bolsillos rotos que vive al día convencido de que es inútil llorar y que es mejor reírse de sí mismo y también de este pobre país tan defectuoso que habitamos estos ciudadanos cojos, ciegos y mudos, en el que no nos interesa hablar con el vecino, apáticos ante la zozobra, incapacitados políticamente, que no creen en nada, que no son prácticos sino pederos, que el maestro Ciorán pinta tan de cuerpo entero en esa frase de mitos sin sustancia. Somos unos mitoteros, pero alguna substancia podríamos tener, pues provenimos de un país muy antiguo y sabio. No es posible que seamos hijos de esta tierra y seamos tan bárbaros. Denise Dresder lo dice mejor en un discurso que Oli amablemente me mandó, dice que en México muchos hemos vivido “con la mano extendida, con la palma abierta, esperando la próxima dádiva del próximo político, esperando la entrega del cheque o el contrato o la camiseta o el vale o la torta o la licuadora o la pensión o el puesto o la recomendación o la concesión de un bien público; esperando la dádiva de lo que Octavio Paz llamó "el ogro filantrópico": la generosidad del estado, que con el paso del tiempo produce personas acostumbradas a recibir, en vez de participar; personas que son vasos y tazas, ciudadanos vasija, ciudadanos olla, recipientes en vez de participantes, resignados ante lo poco que se vacía dentro de ellos, porque la economía no crece lo suficiente, porque el país no avanza como debería, porque el tiempo transcurre y los pobres no dejan de serlo”.
Entonces es necesario participar en una amplia discusión sobre lo que somos. Y lo que podemos ser. Es prioritario que los mexicanos reflexionemos sobre nuestras visibles enfermedades sociales, los mercados de trabajo inexistentes, la respuesta automática para la corrupción, “me agarró un mordelón”, la indiferencia ante el bárbaro deterioro ecológico. “Vino el Ayuntamiento y cortó 48 árboles”, la degradación humana, “cazan a 300 emigrantes”, el caos, “15 muertos en Chihuahua”. Y todo empieza ahí, en lo que somos, viendo que, como dice Dresder, “frente a los motivos para cerrar los ojos están los motivos para abrirlos”.
“Escribimos para que se nos recuerde, aunque escribamos olvidando o para olvidar algo”, dijo Francisco Umbral un poco antes de su muerte en agosto de 2007. Diez años antes de la vejez oficial, lejos ya de la adolescencia, la muerte es una de mis conversaciones. Octavio Paz expresó que “el escepticismo es la antesala de la fe”, yo no lo sé. Pero lo que entrego en mi saldo de creencias es un abigarrado cuerpo ideológico de un hombre sin ninguna fe, mitos sin sustancia de un agnóstico que no ha encontrado nunca, después de los siete años, una fe en la cual refugiarse ni en las religiones, ni en la política, ni en las ong. Un incrédulo profesional que quiere participar en la edificación de su destino, pero que desconfía profundamente de sus semejantes. Un izquierdista sartoriano, alcohólico, egoísta, romántico, soñador e irresponsable, como la inmensa mayoría de los mexicanos.Un blog sobre nuestra cultura tomando en cuenta todas estas consideraciones que explican al inexistente lector las razones por las que un hombre común y corriente tiene algo que decir.
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