El solitario colibrí estaba deprimido por la ausencia de su hermanito. La mamá lo estuvo animando a salir y volar al mundo –contra mi creencia de que lo había abandonado-, pero el pequeño no respondió. Finalmente, la mamá pudo hacer que el pajarito se parara en el borde del nido, pero no logró nada más. Desde ayer a las cinco de la tarde el pajarito estuvo parado sin atreverse a volar. Nuestra preocupación creció con las horas pues, aunque ya no hace tanto frío, nos inquietaba que ya no pudiera meterse al nido y se quedara toda la noche paradito ahí, pues se iba a congelar. Tal cual, el pequeño colibrí amaneció parado en su sitio, inmóvil como estatua, aparentemente congelado, aunque vivo.
A las nueve Malú se lo encontró junto a la puerta de la calle, lo recogí sin ninguna resistencia y lo puse dentro de su nido. No teníamos muchas esperanzas. Como nunca la estadística común de que sólo sobreviven el 50% de los recién nacidos se me presentaba con cruda exactitud. Maldito Animal Channel. Pero la esperanza es lo último que muere.
A las once bajé a checar su condición y ¡oh, sorpresa!, el pequeño no estaba. Lo busqué entre las macetas, dentro de ellas, en otras ramas del ficus: nada. El pajarito desapareció, pero la gata no se ve por ningún lado. Ella es una asesina indiscreta y cada vez que sacrifica un animal –pajaritos y lagartijas- lo deja en la cocina o en algún lugar visible de la casa. No es, por el momento, el escenario. Confiamos en que haya podido volar, en que esté bien paradito en alguna alta rama o volando a su destino de chupaflores para deleite de todos.
Ojalá la estadística se equivoque en esta ocasión y nuestro pajarito pueda crecer y reproducirse, con un poco de suerte, en un pequeño nido que con su sabiduría biológica elabore en una rama afuera de nuestra ventana. Como quiera que sea, la próxima vez que vea un colibrí pensaré que es nuestro tímido amigo, ya adulto, que viene a agradecernos nuestra hospitalidad, y ya entrado en la fantasía, que perdone mi humana torpeza de querer salvar una situación que sólo la naturaleza, en su insondable perfección, es capaz de remediar. El instinto de conservación que permitió a nuestro pajarito sobrevivir.
A las nueve Malú se lo encontró junto a la puerta de la calle, lo recogí sin ninguna resistencia y lo puse dentro de su nido. No teníamos muchas esperanzas. Como nunca la estadística común de que sólo sobreviven el 50% de los recién nacidos se me presentaba con cruda exactitud. Maldito Animal Channel. Pero la esperanza es lo último que muere.
A las once bajé a checar su condición y ¡oh, sorpresa!, el pequeño no estaba. Lo busqué entre las macetas, dentro de ellas, en otras ramas del ficus: nada. El pajarito desapareció, pero la gata no se ve por ningún lado. Ella es una asesina indiscreta y cada vez que sacrifica un animal –pajaritos y lagartijas- lo deja en la cocina o en algún lugar visible de la casa. No es, por el momento, el escenario. Confiamos en que haya podido volar, en que esté bien paradito en alguna alta rama o volando a su destino de chupaflores para deleite de todos.
Ojalá la estadística se equivoque en esta ocasión y nuestro pajarito pueda crecer y reproducirse, con un poco de suerte, en un pequeño nido que con su sabiduría biológica elabore en una rama afuera de nuestra ventana. Como quiera que sea, la próxima vez que vea un colibrí pensaré que es nuestro tímido amigo, ya adulto, que viene a agradecernos nuestra hospitalidad, y ya entrado en la fantasía, que perdone mi humana torpeza de querer salvar una situación que sólo la naturaleza, en su insondable perfección, es capaz de remediar. El instinto de conservación que permitió a nuestro pajarito sobrevivir.
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