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Ale López


En agosto del año pasado me encontré con Alejandro López en el zócalo de la ciudad de Puebla. Fue un reencuentro muy agradable después de tantos años y se le veía radiante. Nos tomamos un café en el Vittorios –bueno, él se tomó tres al hilo- y hablamos de la familia, del trabajo e hicimos planes para comer la próxima vez que estuviera en Puebla. Intercambiamos e mails y me conectó con su hijo Emiliano, productor en Radio Universidad.

Dos meses después, La Jornada de Oriente me solicitó una decena de Cavaleritas, entre las que se contaba la de Alejandro López, como administrador del Parque Izta-Popo. Aunque lo conocía bien para hacerle una calavera, mis datos eran más bien de carácter íntimo, familiar, inadecuados para una publicación. Recordé entonces su loca manera de manejar, su amor por la velocidad y su temeraria manera de acometer el volante. Recordé una noche en la que pensé que sería la última en mi vida, Alejandro manejó a toda velocidad por las calles de la ciudad de México, pero en esa ocasión tuvimos suerte. Entonces me agarré de ahí, con el pretexto de su lucha por impedir la construcción de una carretera que atravesaba su querido parque nacional y que consideraba perniciosa. Ahora veo con tristeza que no estaba tan equivocado y que mi calavera resultó ser premonitoria. Decía:

Algo para lamentar
una muerte traicionera
lo agarró en la carretera
que intentaba boicotear.

En una curva, al frenar
se distrajo con los topes
fue así que Alejandro López
se fue al cielo sin chistar.

Hombre de acción cultural
expresivo, triste y loco
dejó en el parque Izta-Popo
un lío descomunal.

Descanse en paz Alejandro, mi cariño y solidaridad con Esperanza, su querida exesposa, Emiliano y cada una de sus hermosas hijas.



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