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Hola y adiós


Ojalá, señor Obama, llegara usted, no por el hangar presidencial del aeropuerto de la ciudad de México, sino por la autopista a Puebla, a la altura de Valle de Chalco, para que viera usted las verdaderas condiciones en que la mayoría de los mexicanos viven gracias a las políticas que ahora vino a ensalzar; ojalá, luego de su arribo, tomara, no la llamada “bestia” que lo aísla del mundo y sus olores, sino un colectivo Chalco-Candelaria que le daría una versión más fidedigna de nuestras expresiones faciales; vería de cerca nuestra preocupación y los deseos reales de ser mejores; ojalá no fuera recibido por nuestro acartonado presidente y sus acartonados soldados de abundantes borlas y relucientes bayonetas, sino “en su casa de usted”, como decimos por acá, a disfrutar unos modestos chilaquiles elaborados por mi esposa; pasear por el “fraccionamiento” sin luz, sin seguridad; me encantaría llevarlo a la sierra norte, a Oaxaca, a Veracruz para que viera con sus propios ojos los arroyitos de mierda que bajan de las casas a la manera de drenajes dizque tradicionales; los famosos “pisos firmes” en los que se han gastado millones y millones para beneficio de nuestras estadísticas; las clínicas rurales desoladas; los “beneficios” de los programas sociales que vuelven improductivas regiones enteras y por los que nuestros excampesinos se caen de espaldas, pero de borrachos; ojalá pudiera ver la desolación que priva en nuestras alacenas y refrigeradores; a los ejércitos de desempleados que limpian parabrisas en las calles; a las atestadas salas del Seguro Social. Y desde las banquetas asoleadas, ver pasar los raudos vehículos de nuestros gobernantes, de los, líderes legales o fácticos de los poderosos sindicatos; rectores, diputados y directores de cualquier dependencia que por arte de magia se convierten en seres poderosos e intocables. Ojalá pudiéramos decirle de nuestra desolación, de nuestra desesperanza, de nuestro hastío.
Pero no. No quiero ser ingenuo. Usted lo sabe, y si no lo sabe, tampoco le interesa. Llegará a tomarse la foto. A escuchar impresionantes cifras de la lucha contra la delincuencia, de impersonales cifras de paisanos muertos en la frontera y seguramente pondrá cara de preocupación. Caminará encorvado por los hermosos jardines de Los Pinos, beberá el mejor vino acompañado de manjares, nos dirá sus planes y dictaminará nuestro destino de acuerdo a sus proyectos regionales, que tan poco tienen que ver con lo que somos. No verá a México, señor Obama. Abordará la “bestia” que lo conducirá raudo por calles cerradas al tráfico hasta el aeropuerto, subirá a su avión y verá desde lo alto a un país que no conoce, que no puede conocer, en tanto sea recibido por presuntos mexicanos que tampoco quieren saber nada de este país. Hola y adiós.


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