En 1979 la burocracia era el paraíso de los estudiantes. Aún cuando había momentos de mucha intensidad laboral, pude estudiar y trabajar con holgura, con suma comodidad. Por si fuera poco, López Portillo nos recompensó generosamente y en dos ocasiones nos chorrearon la lana nomás porque sí. Como 170 mil pesos, que era tanto dinero que no supe qué hacer con él. Lo dejé tirado en la casa, en un librero, lo fui gastando poco a poco, invité a unos franceses al bar Guau. Invité, lo compartí, lo tiré. El dinero no fue tema para mí durante mucho tiempo. Ganaba modestamente mi sueldo de burócrata, pagaba mi renta, mi comida y mis vicios. La quincena siempre era bienvenida. Pero no pensaba en el dinero, pues no lo necesité, no lo deseé. Luego vino la debacle, López Portillo se fue llorando arrepentido y Miguel de la Madrid heredó una economía hecha pedazos. Como lo sospechábamos, nos apretó el cinturón a todos parejo, congeló los sueldos, devaluó la moneda hasta la abyección y nunca más volvimos a ver regalitos y mucho menos excedentes de aquella pasajera abundancia lopezportillista. Los mexicanos supimos desde entonces el verdadero significado de la austeridad, que habíamos atestiguado periodísticamente con Argentina, que pisaba entonces el fondo de su propia crisis, y la noche nos cayó, cobijándonos intermitentemente hasta el día de hoy. De una moderada estabilidad pasamos a una crisis económica permanente. Por esos días leíamos en los diarios las matanzas cotidianas de la lucha del narcotráfico en Colombia. Lamentábamos con ignorancia la carnicería de Pablo Escobar. Los columnistas empezaban a amenazarnos con la “colombianización” de México, pero tal eventualidad parecía realmente lejana. Los “malos” en México eran una banda de muchachos llamada Los panchitos, de Santa Fe, que en muy poco tiempo fueron aplacados con prebendas y al cabo de unos meses intervenidos y neutralizados. Creo que llegaron a ser diputados algunos de ellos. Había crímenes pasionales y accidentes al por mayor, pero los ciudadanos comunes y corrientes nunca imaginamos el pozo de muerte que atestiguamos en el México actual. El laberinto en que ha caído la violencia narca y que ahora leemos en las noticias cotidianamente. Nos colombianizamos, pues.
Iba a hablar nostálgicamente de aquella burocracia que conocí, pero me ganó la rabia.
Iba a hablar nostálgicamente de aquella burocracia que conocí, pero me ganó la rabia.
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