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Zonas de refugio

Joan Armell Benavent, misionero en Rancho Viejo, municipio de Tlacoachistlahuaca, Guerrero, dirige la Misión Católica de Rancho Viejo, que pertenece a una misionera española de nombre Ekumene. Sus manos, con los dedos juntos, definen un punto específico de la mesa. Estamos en el comedor del albergue y Joan Arment trata de explicar lo que entiende como zona de refugio, más para sí mismo que para mí. “Empecemos por distinguir esto como una zona de refugio. Ellos (los mixtecos guerrerenses) han venido huyendo para no contaminarse con otras culturas y preservar la suya. Empezando por ahí ellos se han cerrado mucho, no quieren que desde afuera vengan a decirles qué tienen que hacer y cómo lo tienen que hacer. Entonces, la gente de montaña es cerrada, como en todas partes del mundo, pero aquí un poquito más. Los amuzgos están más abiertos porque replegaron a la otra civilización, al blanco, a ciertas costumbres, y han evolucionado mucho más, limpios, etcétera, se les ve más educados. Sin embargo, el mixteco ha ido huyendo porque no quería que les llegaran otras culturas, que les dejasen sus costumbres, y tienen algunas tan ancestrales que te recuerdan la edad de piedra. Pero no han salido de ahí. Son gente que tiene que evolucionar y por eso nosotros estamos trabajando, no para evangelizar, sino para ayudar a que estas mismas generaciones jóvenes, al tener más cultura y sepan más del mundo, puedan comportarse de otro modo y dejar ciertas tradiciones que ya ellos mismos no le encuentran sentido”. 

No comparto su opinión, pero la comprendo. Por diez años ha enfrentado cotidianamente la resistencia de los mixtecos para asumir lo que generosamente llegó para otorgarles: catecismo y educación, ante la pasmosa indiferencia del gobierno. Pero los avances son tímidos, simbólicos, algunas generaciones de egresados de la secundaria que imparte en el albergue, algunas mujeres catequizadas. El resto de su obra se ha dispersado en el volátil calendario de la década, eso sí, día por día. Cuando no falta un herido o un enfermo de peritonitis que hay que llevar corriendo al hospital, a tres horas de distancia, hay que arreglar algún litigio entre familias. Los proyectos le brotan de la boca, pero no tienen eco, caen en la mesa como granos de maíz estéril y rebotan para morir sin la esperanza de un arado. Cuánto trabajo tiene y que tan solo está Joan, con sus sesenta años a cuestas y una nostalgia bárbara por su querida España. Qué extraño el ecumenismo cristiano que practica Joan, luminoso y ciego a la vez.

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