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El niño ahogado


El viejo dicho que “ahogado el niño se cierra el pozo” es una falacia. No hay tal, el pozo se cierra cuando la muerte del niño de hace pública, cuando es el colmo la corrupción y el desenfreno por ganar todo lo que se pueda del gobierno, donde está su compadre. La falsa preocupación de esa famosa frase del niño ahogado es en realidad la justificación para salirse por la tangente y expresar una ruidosa reclamación, que es lo que se espera de todo funcionario: ¡Godínez, basta de holgazanería, póngase a trabajar!

Tal es el caso de la guardería de la familia Zambada, que desde hace dos años fue denunciada al gobierno de México por autoridades de Estados Unidos como lavadero de dinero sucio y que nada se había hecho al respecto. Ahora que salen las listas de guarderías del IMSS y se pone en evidencia la -por decir lo menos- negligencia de las autoridades, éstas afirman que sí, que en efecto desde 2007 está “siendo investigada”. Pero los ejemplos te los puedo envolver por kilo, para consumir aquí o para llevar. El gobernador de Sonora, en expresiva retórica ranchera, reclamaba que la guardería ABC había sido notificada sobre el riesgo de los materiales de su falso plafón ¡desde 2005!, golpeando demagógicamente la hoja que así lo señalaba y que, oh sorpresa, había aparecido en su mano en medio del discurso. El niño ahogado se ahoga, en realidad, hasta que su pequeño cadáver sale flotando en las pantallas de la televisión o en periódicos de circulación nacional. Entonces –hasta entonces- hay que correr para tapar el pozo. Cesar de inmediato a Godínez por irresponsable, meter al licenciado un par de días al bote, balconearlo gacho, pues (“te tocó, compadre”), enterrar en la cárcel al primo de Godínez, que era el encargado de sellar la papelería y esperar que baje la marea.

Por desgracia es una anomalía que se presenta en toda clase de instituciones. Hasta las más calladitas y disimuladas. Hay casos en los que vemos ahogarse literalmente al metafórico niño sin que nadie haga nada. Mi amiga Aurelia Hernández Yháuitl, del Archivo Municipal, me pide que divulgue un urgente llamado a las autoridades de Veracruz.

La fotografía que acompaña esta entrega corresponde a la biblioteca del Instituto de Investigaciones de Antropología de la Universidad Veracruzana, en Xalapa, y el brillo del mosaico no se debe al afán pulidor de sus empleados, sino al agua que inunda toda su superficie y llega a los entrepaños bajos de los estantes. Este año han sido por lo menos dos las inundaciones, pero además en el techo las lámparas se están desprendiendo, al igual que el plafón. Esta biblioteca alberga tesoros como la Recopilación de leyes de los reinos de Las Indias de 1681, con 4 volúmenes; un libro autografiado por Álvaro Obregón, así como Códices (algunos originales), una colección de leyes y decretos del Estado de Veracruz de 1824 a 1917, y muchas otras obras valiosas. Además de miles de libros, claro. Las autoridades correspondientes fueron alteradas desde el primer chapuzón, pero no movieron un dedo, “no hay dinero para salvar libros viejos”, en cambio le metieron una buena lana al cambio de duela del gimnasio donde juega el popular equipo de los Halcones.

Por aquí y por allá, a lo largo y ancho del país, surge un olorcillo muy desagradable de putrefacción. Son niños, todos ahogados, que esperan su santa sepultura hasta que un reportero o un funcionario ardido o resentido lo saque a la luz y lo divulgue a escala nacional. Entonces sí, todos hacemos un escándalo.


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