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Pa que te conformes


Un hombre montado sobre el poste de afuera de mi casa en Puebla. De su mano pende un cable negro que atraviesa la calle. Buenas, me acerco ¿qué está haciendo? ¿Por qué, oiga?, me dice desde arriba. Porque esta es mi casa y esa gran rama que acaba de trozar es de mi árbol (mi adorado Ficus que sólo yo cuido). Pero la banqueta no es suya, me responde altanero, mientras se baja del poste. Además, no me puedo subir porque hay muchas ramas, debería podar el árbol, está usted obstruyendo las vías de comunicación. Pues eso no lo voy a discutir con usted, le respondí y me di la vuelta. ¿Pertenece a Telmex, verdad? Ya le dije que sí, me responde –no me había dicho nada-, ahí está mi camioneta. En efecto, ahí estaba su carrito con el logo de Telmex. Me metí a la casa más bien enojado. El grado de irritabilidad en este país es muy alto y los altercados entre la gente están a flor de piel. Busqué un papel y un lápiz para apuntar el número de la unidad y sus placas, pero como apenas estaba empezando a colocar el cable, no me apuré. A los cinco minutos salí, pero ya no había nadie. El “técnico colocador de cables telefónicos”, como diría el doctor Chunga, había desaparecido. Pero de recuerdo me dejó esta pequeña demostración de barbarie que ilustra la foto: la rama destrozada y muchos metros de cable telefónico literalmente tirados en el arroyo de la calle. Cuánto despilfarro por una débil queja de un vecino cualquiera. Si opera así esta empresa que supuestamente es modelo de empresa en el país, qué podemos esperar de las mediocres. Cuánto resentimiento alberga el corazón de este hombre que decidió abandonar sus tareas y dejar tirado el cable. ¿O era un ladrón tratando de meterse a mi casa con el garlito de la instalación de un cable, sorprendido con mi llegada? No lo sé. Voy a recoger el cable y a acabar de cortar la rama, con más pena que resentimiento.


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