miércoles, 19 de agosto de 2009

Brebaje




No sabemos hasta donde alcanza a restirarse la indignación, pero sabemos que la de los mexicanos es bastante elástica, duradera, resistente y proba. Una buena indignación la nuestra. Si exportáramos, en lugar de petróleo, indignación, no tendríamos problemas económicos. Es un asunto de mercado, habría que ver la categoría del producto en otras latitudes y actuar en consecuencia. Mientras yo me desgarro las vestiduras para que una noble investigación sobre la memoria, de dos años de trabajo, sea subsidiada por alguna institución con una modesta aportación que, en conjunto -es decir, en los dos años- apenas alcanzaría a cuantificar un mes y medio de salario neto de un diputado federal, El Universal nos ilustra hoy cómo estos angelitos, además de sus prestaciones legales, se embolsan hasta un millón de pesos al mes jineteando sus boletos de avión. “Yo soy amigo de un hermano del señor…”, decía Chava Flores en una de sus inolvidables canciones. Y así le hacen, componendas con sus coordinadores, secretarias, agencias de viajes, fírmele aquí, pásale este documento al de allá, que le pongan aquí un sellito, diputado, otra firmita, por favor y aquí está su cheque. Yo me quedo con el diez, señor diputado, faltaba más ¿pues que cree que vivo de aire?

La indignación no tiene límites en nuestro país, y eso que sólo estoy mirando los periódicos de hoy, para esto no es necesario hacer memoria. La Jornada nos ilustra que en el municipio de Urique, Chihuahua, sesenta y un rarámuris pelean el despojo de 253 hectáreas, en las que han vivido por generaciones, que fueron “compradas” por un vival que pretende construir ahí un desarrollo turístico aprovechando que está cerca de las magníficas Barrancas del Cobre. “Váyanse rapidito –dicen sus esbirrios- porque si se enoja el patrón a la mejor nos ordena que nos los quiébremos…” Y por supuesto nadie duda de que así puede ser. ¿Qué pasaría si nos enojáramos todos contra el patrón…? El doctor Narro, rector de la UNAM, ha alertado esta semana de que algo muy grave ocurriría, si el nivel de indignación rebasa algún límite histórico.

Una de las noticias que más indignación me causa es la de la señora Jacinta Francisco Marcial, una mujer ñañhú 46 años del estado de Querétaro, con seis hijos, que fue acusada y encarcelada hace tres años acusada de haber secuestrado a seis inocentes judiciales armados hasta los dientes con su sola y temible presencia. O tal vez usó algún cucharón de cocina para amenazarlos. La historia movería a risa si no causara antes tanta indignación. Le han dado 21 años de sentencia y ya ha cumplido tres. Cualquiera que haya estado cerca de agentes judiciales con sus armas y sus radios de comunicación sabe lo difícil que es, no se diga secuestrarlos, sino siquiera mirarlos a la cara. La caricatura legal que esta sentencia implica apunta su dedo acusador hacia todos los confines de este país, en donde el 90 por ciento de los crímenes quedan impunes: desde nuestros angelicales gobernantes haciendo chanchullos a la luz del día, hasta el tendero de la esquina que le carga la mano al precio de las calabacitas. Dice el diccionario que la irritación es un sentimiento de intenso enfado que provoca un acto que se considera injusto, ofensivo o perjudicial. Cólera, furia, irritación son sinónimos de indignación. Me parece que se queda corto, porque la indignación es producida por una afrenta a nuestra dignidad, que hoy por hoy es lo único que nos queda. Yo más bien creo que la indignación es un brebaje que ingerimos diariamente los mexicanos, que sabe amarga, que es difícil de tragar y que, tarde o temprano, terminaremos vomitando.




1 comentario:

  1. Como mexicana que soy me siento triste de sabaer todo lo que esta pasando en nuestro pais ylo unico que podemos hacer es poner a nuestro pais en las manos de DIOS que pidamos por la PAZ y la prosperidad y que DIOS bendiga a nuestro MEXICO

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