Vivía en el octavo piso del edificio 3 de la Villa Olímpica, en el sur de la ciudad de México. Estaba despertándome, aún en la cama, cuando comenzó a temblar. Era un movimiento suave, oscilatorio, arrullador. Abrí la ventana que estaba a la altura de la cama y me asomé para ver el movimiento en perspectiva; ahí estaba el temblor, acá arriba estaba yo, en extraña armonía. Tras unos diez o quince segundos ocurrió un movimiento muy brusco que hizo crujir el edificio entero; me alejé de la ventana como impulsado por un resorte, abrí la puerta y afuera de mi cuarto estaba parado un cadáver uruguayo; bueno, no estaba muerto, pero Daniel da Silveira, maestro de cine del CUEC con quien compartía el depa, presentaba un semblante lívido recargado en el marco de mi puerta. No necesitó decirme nada, esto era un terremoto que duraba más de lo previsto, algo grave estaba sucediendo en nuestra frágil capital. Ninguno de nosotros murió, pero de algún modo volvimos a nacer.
Lo que también nació el 19 de septiembre de 1985 fue la certeza de que los mexicanos podíamos llevar a cabo algo sin las órdenes, coordinación o apoyo del gobierno. Fuimos capaces, no de oponernos, pues no era el momento para eso, sino de actuar con reglas espontáneas para auxiliar a los ciudadanos atrapados en los escombros. Entre ellos había gente conocida y otra totalmente desconocida. Supimos la existencia de miles de obreras que trabajaban en condiciones infrahumanas en fábricas de la colonia San Antonio Abad; la gracia ocurrida en el Hospital Infantil, cuando fueron rescatados veinte bebés que habían decidido sobrevivir; supimos de solidaridad, de muestras de heroicidad, de desprendimiento; de las viejas corruptelas e incapacidades que cobraron sus propias víctimas en edificios mal construidos o mal situados.
Desde el 19 de septiembre de 1985 los mexicanos fuimos un poco más conscientes de nuestras circunstancias, de nuestras posibilidades; tuvimos necesidad de hacer, de actuar sin pensarlo tanto y maduramos como sociedad... tal vez.
Hoy lo recordamos, ojalá descubramos su significado.
Lo que también nació el 19 de septiembre de 1985 fue la certeza de que los mexicanos podíamos llevar a cabo algo sin las órdenes, coordinación o apoyo del gobierno. Fuimos capaces, no de oponernos, pues no era el momento para eso, sino de actuar con reglas espontáneas para auxiliar a los ciudadanos atrapados en los escombros. Entre ellos había gente conocida y otra totalmente desconocida. Supimos la existencia de miles de obreras que trabajaban en condiciones infrahumanas en fábricas de la colonia San Antonio Abad; la gracia ocurrida en el Hospital Infantil, cuando fueron rescatados veinte bebés que habían decidido sobrevivir; supimos de solidaridad, de muestras de heroicidad, de desprendimiento; de las viejas corruptelas e incapacidades que cobraron sus propias víctimas en edificios mal construidos o mal situados.
Desde el 19 de septiembre de 1985 los mexicanos fuimos un poco más conscientes de nuestras circunstancias, de nuestras posibilidades; tuvimos necesidad de hacer, de actuar sin pensarlo tanto y maduramos como sociedad... tal vez.
Hoy lo recordamos, ojalá descubramos su significado.
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