Abraham Paredes es una de las primeras personas que conocí el llegar a Puebla, aparte de la estación de radio que me acogió. Es un hombre grande, fuerte y joven, a pesar de su edad, siempre cargado de cámaras, siempre trabajando y siempre saludando a cuanto parroquiano se cruza en su camino. Soy su amigo, pero con Abraham eso no significa ninguna distinción, pues es amigo de todos, es el fotógrafo de la ciudad y de la gente; de la cultura popular y de la cultura oficial; de los eventos escolares, deportivos, ciudadanos y sociales, como las marchas y las manifestaciones. Siempre que hablo con él surge alguna idea de entre los muchos temas que él maneja y ha cultivado por más de cincuenta años. Posee cientos de miles de fotografías en sus archivos y, como artista/periodista pobre que es, las ha tomado al vuelo de ocasión, al calor de la emoción y del instante, por lo que posee apenas un orden general, ciertamente vago, del contenido de esa memoria visual invaluable de la ciudad y sus entornos.
Por asuntos laborales conocí el acervo fotográfico del Archivo Histórico Municipal de Puebla, un limitado número de fotografías poco interesantes y muy oficialistas sobre las administraciones de la ciudad en los últimos setenta años. No quiero –o sí- imaginar lo que sería la memoria de los habitantes de esta ciudad con la adquisición de un archivo fotográfico como el de Abraham. Se haría, además, justicia a este valeroso artista multicelebrado en sus decenas de exposiciones que le han acarreado tantos aplausos pero tan pocas nueces, pues equivaldría -por fin- a cosechar un poco de ganancia a su prolongada siembra a favor de la ciudad. Es decir, Abraham ya no necesita de reconocimiento o de prestigio, pues lo ha ganado a pulso apretando una y otra vez su obturador, sino de una propuesta seria y formal de la ciudad para la preservación de sus imágenes, que son un relato fiel de la vida poblana en el último medio siglo. Y por qué no, muchos ciudadanos, como yo, podríamos rescatar –previo pago ajustado con justicia- parte de nuestra propia historia familiar, pues no hubo ocasión en los últimos veinte años que, paseando por el centro –o en alguna fiesta o celebración popular- nos encontráramos a Abraham y no sacara algunas fotos de las niñas, de la familia entera, de los visitantes que nos acompañaban, pues más allá de nuestra hermosa arquitectura, más allá de los vistosos colores de los dulces o de la cerámica, de las parafernalias y los ornamentos, a Abraham Paredes le ha interesado sobre todo la gente. Ha fotografiado a los poblanos, y es sin duda una razón más para creer que su obra no merece estar en la quietud de su privacidad, sino expuesta y consultable a cualquier ciudadano que quiera conocerla.
Esta no es una propuesta, querido Abraham, pues ni siquiera te la he consultado, es una idea, chabacana si quieres, como muchas de las ideas que la ciudadanía levanta como polvo ante la indiferencia absoluta de las autoridades. Me doy el gusto de exponerla porque te la mereces, tu trabajo es de interés social, mucho más allá del periodístico, y quién quita que este polvo, a punto de ser repetido por más de algún interesado, pudiera convertirse en polvareda y se te haga justicia en un futuro próximo. Por lo pronto hoy, que cumples setenta años, esta es mi modesta forma de felicitarte. Un abrazo.
Por asuntos laborales conocí el acervo fotográfico del Archivo Histórico Municipal de Puebla, un limitado número de fotografías poco interesantes y muy oficialistas sobre las administraciones de la ciudad en los últimos setenta años. No quiero –o sí- imaginar lo que sería la memoria de los habitantes de esta ciudad con la adquisición de un archivo fotográfico como el de Abraham. Se haría, además, justicia a este valeroso artista multicelebrado en sus decenas de exposiciones que le han acarreado tantos aplausos pero tan pocas nueces, pues equivaldría -por fin- a cosechar un poco de ganancia a su prolongada siembra a favor de la ciudad. Es decir, Abraham ya no necesita de reconocimiento o de prestigio, pues lo ha ganado a pulso apretando una y otra vez su obturador, sino de una propuesta seria y formal de la ciudad para la preservación de sus imágenes, que son un relato fiel de la vida poblana en el último medio siglo. Y por qué no, muchos ciudadanos, como yo, podríamos rescatar –previo pago ajustado con justicia- parte de nuestra propia historia familiar, pues no hubo ocasión en los últimos veinte años que, paseando por el centro –o en alguna fiesta o celebración popular- nos encontráramos a Abraham y no sacara algunas fotos de las niñas, de la familia entera, de los visitantes que nos acompañaban, pues más allá de nuestra hermosa arquitectura, más allá de los vistosos colores de los dulces o de la cerámica, de las parafernalias y los ornamentos, a Abraham Paredes le ha interesado sobre todo la gente. Ha fotografiado a los poblanos, y es sin duda una razón más para creer que su obra no merece estar en la quietud de su privacidad, sino expuesta y consultable a cualquier ciudadano que quiera conocerla.
Esta no es una propuesta, querido Abraham, pues ni siquiera te la he consultado, es una idea, chabacana si quieres, como muchas de las ideas que la ciudadanía levanta como polvo ante la indiferencia absoluta de las autoridades. Me doy el gusto de exponerla porque te la mereces, tu trabajo es de interés social, mucho más allá del periodístico, y quién quita que este polvo, a punto de ser repetido por más de algún interesado, pudiera convertirse en polvareda y se te haga justicia en un futuro próximo. Por lo pronto hoy, que cumples setenta años, esta es mi modesta forma de felicitarte. Un abrazo.
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