domingo, 13 de septiembre de 2009

Cuesta abajo en su rodada


En 1847, acribillado por treinta balas y al borde de la muerte, el teniente coronel Santiago Xicoténcatl camina tambaleante a donde se encuentra la bandera nacional con un supremo esfuerzo.

Sus pisadas son huellas de sangre, su mirada distingue apenas las manchas de los colores que defienden con heroísmo él y sus compañeros. Pisa los peldaños del torreón con pasos inseguros y su mano anhelante busca a tientas el asta que sostiene el lábaro a punto de ser profanado.

Si intenta alcanzar el asta para sostenerse, si es un reflejo involuntario o si busca escribir una de las páginas heroicas más famosas de nuestra historia nunca lo vamos a saber. Lo cierto es que Santiago Xicoténcatl alcanza el asta y la bandera lo envuelve protectora, arranca el asta de su sostén y segundos después vuela ante la mirada estupefacta de los agresores. Cae rodando decenas de metros por las faldas del Cerro de Chapultepec.

Los yanquis entran en tropel ansiosos de instalar su bandera tras arrancar la nuestra pero, para su sorpresa, ya no hay asta. La epopeya de los Niños Héroes fue desmentida por los historiadores oficiales y probablemente con razón, pero este acto del teniente coronel Santiago Xicoténcatl, verdadero o falso, fue la primera inspiración que la historia fue capaz de darme. Comprendí después que es una metáfora de mi propia vida y de la vida de tantos compatriotas que, tratando de agarrarnos del asta o de lo que sea, rodamos sin rumbo cuesta abajo por las faldas de la vida. Ay, José Alfredo, Cuco y Alex Lora ¿en qué momento iremos a parar?


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