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El fin del mundo


La sorpresa fue mayúscula una mañana como la de hoy, 2 de septiembre, del año 1859. En Orizaba, Veracruz, unas hermosas luces surgieron del oriente e iluminaron el cielo con velos multicolores que se desplazaban por la bóveda celeste. Abundaban el naranja, el amarillo, púrpuras y verdes de diversos matices.

Hubo quien pensó que el mundo se acababa, no en un holocausto, sino en la apertura de un cielo que nos iluminaba amablemente para llevarnos al más allá, pues, aunque el espectáculo era maravilloso, una cosa quedaba clara: el mundo había llegado a su fin.

Los minutos pasaron y la sorpresa y el deleite del primer impacto visual, recibieron al sol orizabeño que salió victorioso a inaugurar ese día histórico. Los habitantes de Orizaba acababan de ver una aurora boreal, un fenómeno de meteoros luminosos que se observa habitualmente en el hemisferio austral, y que inexplicablemente se presentó ese día aquí. “Lo bailado nadie nos lo quita”, razonaron sensatamente los jarochos y siguieron viviendo.


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