El título de esta entrega tuvo que ser adaptado al estilo de la publicidad de Telmex, pero está claro que es una incongruencia verbal, aunque también queda claro el sentido de este nuevo paquete ciudadano que Telmex vino a dejarme hasta la puerta de mi casa. Súbitamente, sin avisar, a plenas once de la mañana, se apersonaron en mi banqueta tres hombres armados de herramientas pesadas y le dieron al traste a mi frondoso y honrado ficus, que no le hacía daño a nadie y antes bien beneficiaba a multitud de pájaros e insectos que vivían en esa mitad que ya no existe. ¿Qué haría Carlos Slim si yo llegara con una motosierra y le mutilara sin avisar algún querido árbol ubicado en la banqueta de su mansión? Bueno, ya sé que las mansiones no tienen banquetas y de seguro este señor vive en medio de un bosque en algún palacete por los rumbos de Chapultepec, así que no podría ni acercarme a la dichosa casa de Slim, pero en el supuesto caso se sentiría igual que yo: mal. Sobre todo porque no le avisé, y cuando salió muy despreocupado a sus oficinas de Telmex descubrió de repente que su árbol, su querido árbol otrora orgullo de la cuadra, verdadero homenaje a Miguel Ángel de Quevedo, había pasado a ser el hazmerreír de los árboles del rumbo. Un pobre lisiado, con medio cuerpo mutilado con rabia pues, como verás, las ramas fueron trozadas sin estilo ni gracia, fueron cercenadas con violencia innecesaria, arrancadas de sus hermanas ramas, derramando multitud de lágrimas-hojas a su alrededor.
Por supuesto salí con mi recibo pagado de Telmex –pues así proceden los del agua de Soapap, aunque ellos sí te avisan: “sabe qué, usted no ha pagado”, y a continuación arrancan las baldosas, se hacen hueco en la tierra y como cirujanos asesinos cortan la arteria del vital líquido que entra a las casas-, pero no era cosa de pagar o no pagar. El litigio no era contra mí sino contra el inocente ficus, que se atravesaba en sus planes de modernización. Después de destrozar medio árbol, quitaron un poste chirulero que estaba ahí desde hacía décadas y pusieron uno nuevo, feo y resistente “Háblele…”, dice su publicidad, pero ellos no tienen esa práctica. Yo no soy reaccionario, ni quiero estar contra el progreso. Acepto la necesidad de cambiar el poste e, incluso, el sacrificio de la mitad del árbol, mi queja está contra el procedimiento. Es como si llegara la llantera Michelín y destrozara mi automóvil para cambiar las llantas ¡sin avisarme! No estoy en contra de que me pongan llantas nuevas, pero que me avisen, así podría despedirme solemnemente de las viejitas que han sido tan nobles durante tanto tiempo. Paquete se quite. Pos sí…
Por supuesto salí con mi recibo pagado de Telmex –pues así proceden los del agua de Soapap, aunque ellos sí te avisan: “sabe qué, usted no ha pagado”, y a continuación arrancan las baldosas, se hacen hueco en la tierra y como cirujanos asesinos cortan la arteria del vital líquido que entra a las casas-, pero no era cosa de pagar o no pagar. El litigio no era contra mí sino contra el inocente ficus, que se atravesaba en sus planes de modernización. Después de destrozar medio árbol, quitaron un poste chirulero que estaba ahí desde hacía décadas y pusieron uno nuevo, feo y resistente “Háblele…”, dice su publicidad, pero ellos no tienen esa práctica. Yo no soy reaccionario, ni quiero estar contra el progreso. Acepto la necesidad de cambiar el poste e, incluso, el sacrificio de la mitad del árbol, mi queja está contra el procedimiento. Es como si llegara la llantera Michelín y destrozara mi automóvil para cambiar las llantas ¡sin avisarme! No estoy en contra de que me pongan llantas nuevas, pero que me avisen, así podría despedirme solemnemente de las viejitas que han sido tan nobles durante tanto tiempo. Paquete se quite. Pos sí…
Comentarios
Publicar un comentario