Nací en esta ciudad de Puebla en 1942 como miembro de una familia de siete hijos. Mi niñez fue normal, no había mucho qué hacer en mi casa, que no fuera jugar interminablemente en la pequeña barranca aledaña y el río de San Francisco, que entonces estaba descubierto. Toda esa zona es ahora el mercado de La Acocota, inaugurado en 1958. Lo recuerdo bien porque ese día, o el siguiente, entré a estudiar a la secundaria.
A los 15 años perdí mi virginidad. Lo había venido preparando durante un tiempo y no había tenido el dinero para hacerlo, yo creo. Acompañé varias veces a un amigo al barrio de San Antonio y un día me armé de valor y fui a la 22 como a las seis o siete de la tarde.
Había dos zonas de prostitutas en el barrio de San Antonio: las putas caras, que cobraban hasta 15 pesos, estaban en la 20 Poniente y 3 Norte. Las putas accesibles, se paraban afuera de sus cuartos a todo lo largo de la 22 Poniente, que atravesaba el barrio, hasta la 5 de Mayo. Recuerdo que en la 5 de Mayo había un arco del triunfo de madera, de esquina a esquina, que después mandó quitar un presidente municipal. Ahí estaban ellas paraditas afuera de sus cuartos. En la entrada, todas tenían un anafre con tinas y baldes grandes en los que calentaban agua para lavarse después de cada uno de sus servicios.
No había muchos miramientos para el cliente, al igual que en el cine, no había censura respecto a la edad, lo que me dio confianza para acercarme esa buena tarde y elegir a una de las mujeres. Yo tenía 15 años, cumplidos el día de los inocentes del año anterior, el 56. Se lo aseguro, los adolescentes de esa época éramos todo menos inocentes. Un buen día despertabas con un bigote bajo la nariz y quería decir que te habías vuelto adulto en ocho horas, durante el sueño. De niño pasabas a ser un hombre. Chico, muchacho, pero hombre. Por eso conseguí cinco pesos y me lancé a la 22 a mi primera experiencia. Elegí a una mujer que en mi vida había visto. Era una señora de vestido verde. Era blanca, entrada en carnes, pero no vaya usted a creer que gorda. No. La señora, muy amable, me dijo “pásale”. Pasé, cerró la puerta. Me metí más y más y eyaculé como a los diez segundos. Íbamos muy excitados como para hacer un papel decoroso. Y resultó mejor, porque la cosa en realidad no me gustó. No tenía mucho chiste. Yo no sentí nada, estaba muy usada la señora y en realidad no sentí nada. Salí tambaleante, apoyándome en la pared. Tenía la necesidad de correr de ahí. Al salir a la calle, en mi torpeza, ¡no voy tirando en anafre prendido con todo y brasas y tina llena de agua!
Corrí hacia mi casa sintiendo como si hubiera matado yo a alguien, avergonzado, con mucho sentimiento de mala conciencia. No sé si por la mujer, por mi virginidad, los cinco pesos o por la vergüenza de tirar el agua, mi primera experiencia sexual no fue muy buena. Esa noche me desquité en mi cama.
Testimonio de autor reservado que forma parte de Cien años de recuerdos poblanos 1910-2010, en proceso (a tumbos) de terminación.
A los 15 años perdí mi virginidad. Lo había venido preparando durante un tiempo y no había tenido el dinero para hacerlo, yo creo. Acompañé varias veces a un amigo al barrio de San Antonio y un día me armé de valor y fui a la 22 como a las seis o siete de la tarde.
Había dos zonas de prostitutas en el barrio de San Antonio: las putas caras, que cobraban hasta 15 pesos, estaban en la 20 Poniente y 3 Norte. Las putas accesibles, se paraban afuera de sus cuartos a todo lo largo de la 22 Poniente, que atravesaba el barrio, hasta la 5 de Mayo. Recuerdo que en la 5 de Mayo había un arco del triunfo de madera, de esquina a esquina, que después mandó quitar un presidente municipal. Ahí estaban ellas paraditas afuera de sus cuartos. En la entrada, todas tenían un anafre con tinas y baldes grandes en los que calentaban agua para lavarse después de cada uno de sus servicios.
No había muchos miramientos para el cliente, al igual que en el cine, no había censura respecto a la edad, lo que me dio confianza para acercarme esa buena tarde y elegir a una de las mujeres. Yo tenía 15 años, cumplidos el día de los inocentes del año anterior, el 56. Se lo aseguro, los adolescentes de esa época éramos todo menos inocentes. Un buen día despertabas con un bigote bajo la nariz y quería decir que te habías vuelto adulto en ocho horas, durante el sueño. De niño pasabas a ser un hombre. Chico, muchacho, pero hombre. Por eso conseguí cinco pesos y me lancé a la 22 a mi primera experiencia. Elegí a una mujer que en mi vida había visto. Era una señora de vestido verde. Era blanca, entrada en carnes, pero no vaya usted a creer que gorda. No. La señora, muy amable, me dijo “pásale”. Pasé, cerró la puerta. Me metí más y más y eyaculé como a los diez segundos. Íbamos muy excitados como para hacer un papel decoroso. Y resultó mejor, porque la cosa en realidad no me gustó. No tenía mucho chiste. Yo no sentí nada, estaba muy usada la señora y en realidad no sentí nada. Salí tambaleante, apoyándome en la pared. Tenía la necesidad de correr de ahí. Al salir a la calle, en mi torpeza, ¡no voy tirando en anafre prendido con todo y brasas y tina llena de agua!
Corrí hacia mi casa sintiendo como si hubiera matado yo a alguien, avergonzado, con mucho sentimiento de mala conciencia. No sé si por la mujer, por mi virginidad, los cinco pesos o por la vergüenza de tirar el agua, mi primera experiencia sexual no fue muy buena. Esa noche me desquité en mi cama.
Testimonio de autor reservado que forma parte de Cien años de recuerdos poblanos 1910-2010, en proceso (a tumbos) de terminación.
Muchos saludos Polo, es bueno saber que tu libro va bien a pesar de los tumbos.
ResponderEliminar