Ir al contenido principal

Concurso


Mi hermana me pidió una carta que escribiera Aída con la ayuda de uno de sus hijos para un concurso sobre personas que ayudan a otras, como es el caso de ella. Me senté y escribí esto, tratando de pensar como si fuera Aída, o imaginar lo que ella pensaría en el caso de que algo piense, en un esporádico instante de lucidez.

Finalmente se cerró el plazo del concurso y se usó una carta imaginada por mi hermano Alejandro que cumplía bastante bien el propósito.

Aída

Tengo alzheimer. No recuerdo nada, mi memoria es blanca como una sábana, no sé distinguir entre lo más elemental de la vida, como mi nombre o el de alguien que tengo frente a mí. Sé que no soy una niña, soy una anciana, una enferma. Ella es mi hija, Evelina, estamos solas. ¿Quiénes son ustedes?

Son pocos los momentos de lucidez que me permiten ver lo que en realidad ocurre, luego vuelvo a caer en una realidad anónima la mayor parte del tiempo. Me visitan seres reales e irreales, serán algunos de mis hijos; o gente de la calle que pasa por aquí o personajes de la televisión, qué sé yo. Sólo estamos mi hija y yo. Ella me da todo, me da su tiempo, me da sus fuerzas, me está regalando este periodo de su vida. Yo soy ella, ella es yo. Somos como dos gemelas, dos seres unidos en una guerra contra la enfermedad que, por desgracia, por momentos olvido también. Me convierto en sustancia irracional; no obedezco, no ayudo, no pienso, no vivo. Esa es, tristemente, la naturaleza de mi vida desde la enfermedad.

Yo era una mujer dichosa, una mujer inteligente, escrupulosa. Una madre dedicada y una esposa amorosa; ayudaba al sustento con mi trabajo en telégrafos nacionales. Era una mujer dichosa porque siempre creí en la felicidad. Yo sé que es tonto o puede ser tonto ser feliz en un mundo con tantas desgracias, pero yo fui muy feliz. Primero con Antonio, mi único amor, luego con cada uno de mis soles. Tuve cinco soles, que me iluminaron con sus enseñanzas y sus decisiones. No fue fácil, por supuesto, pero fue dichoso.

Como decía, tengo alzheimer, una malvada enfermedad que no sólo enferma a quien la padece sino que, de manera más grave, afecta a quienes lo rodean a uno. El alzhemier es un extraño mal, daña, pero también ilumina, porque esta terrible enfermedad tiene la cualidad se sacar el alma de la gente y exponerla al mundo. Enseñársela a sí mismos para que las vean en su belleza y en su fealdad. Son los cuidadores quienes tienen ese extraño privilegio. El enfermo de alzheimer no habla, ni es capaz de agradecer u ofender a nadie. Se puede decir que también es eso, es nadie. Porque ya no se reconoce ni a sí mismo y su cuerpo procede como un organismo ciego o sordo, actúa como el de un bebé de tres meses de edad. Hambre, excremento y sueño forman el eje central de nuestra existencia. ¿Qué es el amor? He olvidado cómo describirlo, he olvidado que el amor fue el eje central de mí como persona sana, antes de enfermarme. El amor por mis padres, queridos y adorados, vidas mías de mi corazón; el amor por Antonio, por mis soles, por mis nietos; el amor por mis hermanos, por mis amigas y amigos de siempre. Mi enorme amor por Dios. Ese es el amor que debería recordar y que ya no recuerdo. El amor por la vida, por el amor mismo, por los ciegos, por los pobres, por los ancianos. Tanto amor que viví cuando era sana y que ya no recuerdo. Ya no puedo expresarlo, ya no puedo platicarlo como me fascinaba hacerlo; el amor y la risa, el amor y el placer, tan asociado al baile, a la cocina, a los aromas, el tacto. La vida misma.

Para comprenderme bien tienen ustedes que comprender primero lo que era el amor para mí y que ahora la enfermedad me ha arrebatado, ha hurtado de mi vida, lo ha borrado. Porque mi vida ahora es la incomprensión, lo inexplicable, lo confuso ¿quién eres? Pocos son los que me ven ahora ¿cuántos serán? ¿quién será esa amable mujer? Gracias. Me limpia cariñosamente porque soy una niña, “me limpias y quitas el olor desagradable”, ¡cómo me gustaría decírtelo!; qué feo huele; mejor durmamos, quedémonos dormidas; me das de comer en la boquita, me ayudas a levantarme, me besas, me acaricias, me apapachas. ¿Quién eres?, quisiera preguntarle. Se siente bien ese masajito. Medicina, otra vez medicina. Baño, agua, jabón. ¿Quién es? ¿quién me toca así? Es mi mamá. Es mi mamá. En mi mamá. Puedo repetirlo millones de veces, toda la mañana y toda la noche. Puedo repetir una frase semanas enteras (“mi mami, mi mami, mi mami…!), me ayuda a pensar, si acaso se le puede llamar pensamiento a esta nebulosa visión de una enfermedad que me hace creer que soy una niña, cuando lo que soy es una anciana. Una anciana enferma de alzeheimer ayudada por su milagrosa hija.

Comentarios

  1. Ligera discrepancia: si algo le queda intacto a Aida es el amor. No sabe muy bien quién eres (aunque le queda claro que eres de su familia), pero de todas maneras es dichosa dando y recibiendo besos. Exuda amor en medio de la confusión.

    Otra cosa, yo nunca había visto tanto amor explícito entre Aida y su hija. Realmente inspira y me hace amarlas más a las dos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El Tentzo

El taller de la FEEP de Tzicatlacoyan, con financiamiento de la ONG española Ayuda en Acción, concluyó su escultura de papel maché con la representación del Tentzo, figura mítica de origen prehispánica situada en la parte alta del kiosco de la plaza principal de la comunidad de San Juan Tzicatlacoyan, Puebla. De acuerdo a la investigadora Antonella Fogetti ( Tenzonhuehue: El simbolismo del cuerpo y la naturaleza ), El Tentzo es una entidad “mitad dios y mitad no”, deidad antigua intrínsecamente buena, dadora de dones, que de acuerdo a la tradición tiene la facultad de asumir diferentes apariencias: catrín, charro, viejo barbón, anciana, mujer hermosa o animales diversos, que también podría ser interpretado como el famoso nahual o entidad similar. Hoy todos niegan venerar al Tentzo, pero las ofrendas periódicamente depositadas en su honor refieren todo lo contrario. Es una suerte de deidad negada pero viva, vigente. El Tentzo, cuyo nombre ostenta una montaña y la propia cordill...

Resortes ocultos

Cuando estudiaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en los años ochenta, Octavio Paz se atrevió a emitir unos juicios críticos sobre los antropólogos, la escuela en su conjunto reaccionó con indignación, incapaz de meditar en las palabras del escritor. Lo llenamos de vituperios y lo menos que le dijimos fue que era un aliado de Televisa, vocero de la derecha y cosas por el estilo. Muy pocos o ninguno leyó críticamente sus argumentos, por desgracia. Recuerdo que, entre lo más hiriente, Paz decía que la escuela se había convertido en una pasarela de modas de una clase media hippiosa y que todo se discutía ahí, menos la antropología mexicana. Yo terminaba entonces la carrera y buscaba afanosamente quién me dirigiera la tesis de, por cierto, antropología mexicana. No encontré ningún maestro interesado, ni ahí ni el Ciesas, donde por supuesto había algunos estudiosos del tema, pero que no tenían tiempo para un estudiante de licenciatura. Me dediqué entonces a ver a nu...

El niño ahogado

El viejo dicho que “ahogado el niño se cierra el pozo” es una falacia. No hay tal, el pozo se cierra cuando la muerte del niño de hace pública, cuando es el colmo la corrupción y el desenfreno por ganar todo lo que se pueda del gobierno, donde está su compadre. La falsa preocupación de esa famosa frase del niño ahogado es en realidad la justificación para salirse por la tangente y expresar una ruidosa reclamación, que es lo que se espera de todo funcionario: ¡Godínez, basta de holgazanería, póngase a trabajar! Tal es el caso de la guardería de la familia Zambada, que desde hace dos años fue denunciada al gobierno de México por autoridades de Estados Unidos como lavadero de dinero sucio y que nada se había hecho al respecto. Ahora que salen las listas de guarderías del IMSS y se pone en evidencia la -por decir lo menos- negligencia de las autoridades, éstas afirman que sí, que en efecto desde 2007 está “siendo investigada”. Pero los ejemplos te los puedo envolver por kilo, para consumir...