La mañana del 26 de noviembre de 1970, el escritor Yukio Mishima y cuatro de sus hombres llegaron a las instalaciones el Ejército Japonés en Tokio. Vestían uniforme militar de acuerdo a un permiso oficial que el gobierno le había dado para entrenar una pequeña guardia privada de actitudes nacionalistas.
El famoso escritor Yukio Mishima, autor de Confesiones de una máscara y El marinero que perdió la gracia del mar, no tuvo ningún problema para penetrar hasta la oficina de la más alta autoridad del cuartel. Todos lo creían algo loco, pero inofensivo. Mishima, a sus cincuenta años, era ya un símbolo del refinamiento japonés para consumo occidental. Pero al llegar frente al general, sorpresivamente lo secuestra, atrincherándose en su oficina.
Desde el balcón de la oficina, Yukio Mishima llamó la atención de la tropa que se hallaba dispersa en el patio. Los juntó y les dictó un discurso que muy pocos oyeron y casi nadie compartió. Mishima habló de la vergüenza japonesa, del pundonor y la lealtad histórica ahora maltratada por la penetración occidental; habló del samurai y de la tradición, del militarismo y el coraje... pero casi nadie lo escuchó.
Consciente de ser uno de esos elementos que allanaron el camino de la invasión de los valores occidentales, Yukio Mishima entró al despacho del general y, ante sus incrédulos ojos, realizó la ceremonia del hara kiri en su estómago, mientras uno de sus seguidores cortaba su cabeza con un sable japonés tradicional.
Moría un hombre, nacía un mito.
El famoso escritor Yukio Mishima, autor de Confesiones de una máscara y El marinero que perdió la gracia del mar, no tuvo ningún problema para penetrar hasta la oficina de la más alta autoridad del cuartel. Todos lo creían algo loco, pero inofensivo. Mishima, a sus cincuenta años, era ya un símbolo del refinamiento japonés para consumo occidental. Pero al llegar frente al general, sorpresivamente lo secuestra, atrincherándose en su oficina.
Desde el balcón de la oficina, Yukio Mishima llamó la atención de la tropa que se hallaba dispersa en el patio. Los juntó y les dictó un discurso que muy pocos oyeron y casi nadie compartió. Mishima habló de la vergüenza japonesa, del pundonor y la lealtad histórica ahora maltratada por la penetración occidental; habló del samurai y de la tradición, del militarismo y el coraje... pero casi nadie lo escuchó.
Consciente de ser uno de esos elementos que allanaron el camino de la invasión de los valores occidentales, Yukio Mishima entró al despacho del general y, ante sus incrédulos ojos, realizó la ceremonia del hara kiri en su estómago, mientras uno de sus seguidores cortaba su cabeza con un sable japonés tradicional.
Moría un hombre, nacía un mito.
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