Una luz amarilla en la tarde del 23 de Noviembre de 1973 parecía comprobar que la vida... no vale nada. En un elegante hospital del sur de la ciudad de México no hubo mariachis que callaran y nadie habló de amor y de ilusiones.
José Alfredo Jiménez, el laureado compositor de la moderna canción mexicana cantaba mentalmente esa tarde, a los cuatro vientos: “no vale nada la vida, la vida... no vale naaadaaa.”
Quedaban ahí los últimos suspiros de una larga juerga mexicana que por dos largas décadas dio de comer a todos los mariachis, algunos tríos y propició el consumo a raudales de tequila que todos bebimos con las bocas abiertas, mientras cantábamos: “me cansé de rogarle...”
Se iba el rey de reyes con sus copas a cuestas mientras seguramente interpretaba aquellos versos ebrios sobre la hipocresía del amor y de la vida:
“Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira, les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca... nunca... he llorado.”
José Alfredo Jiménez contaba con 47 años de edad, un muchacho, pues.
José Alfredo Jiménez, el laureado compositor de la moderna canción mexicana cantaba mentalmente esa tarde, a los cuatro vientos: “no vale nada la vida, la vida... no vale naaadaaa.”
Quedaban ahí los últimos suspiros de una larga juerga mexicana que por dos largas décadas dio de comer a todos los mariachis, algunos tríos y propició el consumo a raudales de tequila que todos bebimos con las bocas abiertas, mientras cantábamos: “me cansé de rogarle...”
Se iba el rey de reyes con sus copas a cuestas mientras seguramente interpretaba aquellos versos ebrios sobre la hipocresía del amor y de la vida:
“Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira, les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca... nunca... he llorado.”
José Alfredo Jiménez contaba con 47 años de edad, un muchacho, pues.
Mas que la edad, creo que el kilometraje es lo que acabó contando en éste caso.
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