Desde hace ya muchos años, antes de la llegada de los españoles, se celebra hoy el día previo al Día de Muertos; conocido ahora como Día de todos los Santos, o simplemente Todos Santos, inicio de una reflexión anual que los mexicanos acostumbramos hacer sobre la muerte.
Los panteones ya han sido visitados multitudinariamente, y hoy, muchas de las tumbas lucen la parafernalia amarilla del zempatsúchil y el rojo sangre del la flor de terciopelo.
En muchos hogares mexicanos, sobre todo centro y sur del país, acostumbramos instalar una ofrenda floral por nuestros muertos que, con tristeza infinita, se acumulan cada año. Ponemos las fotografías de nuestros muertitos o algún objeto simbólico que los identifique, flores de zempatsúchitl que son amarillas, las de terciopelo que son rojas y unas florecitas blancas muy sonrientes que se llaman nube. Ponemos veladoras, panes de muerto (que aquí llamamos hojaldras) y platitos comprados en el mercado con comida simulada (pechuguitas de pollo, mole, sopes y otras exiquisiteses que apreciamos por acá); la noche del día primero de noviembre, nosotros, que no rezamos, nos reunimos unos minutos en torno a la ofrenda y recordamos cada quien a uno o dos muertitos a quienes ofrecemos una ofrenda que ya sabemos que era de su agrado. A mi papá, por ejemplo, le convido pepitas de calabaza que le fascinaban; a Mario le servimos un tequilita simulado en una copita verdadera, y así. Hemos vivido momentos muy emotivos recordando a nuestros muertos. Este año dedicamos la ofrenda a mi sobrina Paola, cuya tristísima muerte acaeció hace unos días en Cuauhtémoc a causa de un accidente, con tan sólo 17 años de edad. Que todos descansen en paz.
Los panteones ya han sido visitados multitudinariamente, y hoy, muchas de las tumbas lucen la parafernalia amarilla del zempatsúchil y el rojo sangre del la flor de terciopelo.
En muchos hogares mexicanos, sobre todo centro y sur del país, acostumbramos instalar una ofrenda floral por nuestros muertos que, con tristeza infinita, se acumulan cada año. Ponemos las fotografías de nuestros muertitos o algún objeto simbólico que los identifique, flores de zempatsúchitl que son amarillas, las de terciopelo que son rojas y unas florecitas blancas muy sonrientes que se llaman nube. Ponemos veladoras, panes de muerto (que aquí llamamos hojaldras) y platitos comprados en el mercado con comida simulada (pechuguitas de pollo, mole, sopes y otras exiquisiteses que apreciamos por acá); la noche del día primero de noviembre, nosotros, que no rezamos, nos reunimos unos minutos en torno a la ofrenda y recordamos cada quien a uno o dos muertitos a quienes ofrecemos una ofrenda que ya sabemos que era de su agrado. A mi papá, por ejemplo, le convido pepitas de calabaza que le fascinaban; a Mario le servimos un tequilita simulado en una copita verdadera, y así. Hemos vivido momentos muy emotivos recordando a nuestros muertos. Este año dedicamos la ofrenda a mi sobrina Paola, cuya tristísima muerte acaeció hace unos días en Cuauhtémoc a causa de un accidente, con tan sólo 17 años de edad. Que todos descansen en paz.
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