En 1994, unos días después del famoso error de diciembre, los vecinos del volcán Popocatépetl fuimos testigos de una luminosa erupción que no pasó a mayores y no hubo tragedias para lamentar, aunque fue necesaria la evacuación de las poblaciones más cercanas al coloso.
Celebrábamos la fiesta navideña de nuestro trabajo, el vino corría entre las patas del pavo y el bacalao a la viscaína. Pardeaba la tarde, serían como las seis y media, cuando una llamada nos alertó de la erupción del Popo. “A trabajar, muchachos”, fue la orden a todo aquel grupo de reporteros. Nuestra oficina estaba en el octavo piso, fue un espectáculo inolvidable.
¡Ah qué don Goyo tan navideño!
Celebrábamos la fiesta navideña de nuestro trabajo, el vino corría entre las patas del pavo y el bacalao a la viscaína. Pardeaba la tarde, serían como las seis y media, cuando una llamada nos alertó de la erupción del Popo. “A trabajar, muchachos”, fue la orden a todo aquel grupo de reporteros. Nuestra oficina estaba en el octavo piso, fue un espectáculo inolvidable.
¡Ah qué don Goyo tan navideño!
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