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El otro Carlos


No había forma de ser imparcial con Carlos Monzón, a quien admirábamos por haber vencido al campeón italiano Nino Benvenuti, pero a quien no podíamos perdonarle el haber humillado a nuestro Manquilla Nápoles (1974), a quien hizo literalmente mantequilla en unos cuantos rounds. Era una bestia, usaba zancos en los brazos, pegaba como marro, no tenía cara de boxeador, ni las orejas de coliflor. ¿Quién era?, un espigado boxeador argentino de la más baja ralea que alcanzó la más alta ralea: Carlos Monzón, campeón indiscutible de los pesos medianos que por medio de sus puños hizo fortuna, fama y también desventura.

Con sólo 3 derrotas en 102 peleas, con 59 por KO y 14 defensas de su título, Carlos Monzón se retiró de los cuadriláteros e inició una azarosa vida que combinaba la más alta vulgaridad con la fama, el alcohol y el dinero. En una lamentable discusión con su esposa, una actriz de televisión, termina asesinándola, por lo que purga condena en la cárcel de Buenos Aires.

Libre los fines de semana por buena conducta, a 14 meses de su liberación total, la madrugada de un día como hoy de 1995, a toda velocidad, Carlos Monzón muere al estrellar su automóvil contra un árbol, una pared o una curva en el camino a Santa Fe, qué importa. Tenía mi edad, ¡un pibe, ché!


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