En 1885, en un elegante salón de Berlín, las potencias europeas se reparten el continente africano que desde ese momento explotan intensivamente en todos sus recursos naturales, incluido el humano, en un triste y prolongado periodo colonial que termina bastante avanzado el siglo XX y que arrasó culturas e identidades y permitió que pequeños países, como Bélgica, tuviera posesiones diez veces mayores que su propio territorio, como lo fue el Congo Belga.
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