En la orgiástica combinación de ideologías –si acaso tuvieran alguna- que hoy vemos en las alianzas variopintas de los dispares partidos políticos mexicanos, hay un argumento de fondo (o al fondo, mejor dicho) que pretende justificar tamañas ensaladas con el sainete de que “son mejores” que los “otros”. Aquí en Puebla “los otros” son los piístas del monolito de Mario Marín (con su fractura dogerista), en tanto que “los buenos” son los expriístas, devenidos panistas y perredistas, del fragmentario bloque opositor que no acaba de convencer a todos los partidos a unirse para derrocar al marinismo. Cuando desperté de mi bostezo, las interminables discusiones seguían ahí, por desgracia solemnes, acusatorias, amenazantes. Ninguno presenta un programa de gobierno propiamente dicho, ninguna idea concreta de cómo gobernar, como abatir alguno de los numerosos índices preocupantes de nuestras interminables crisis económicas, educativas, delictivas, etc.
El asunto no es nuevo. En 1847 los batallones de polkos, que eran liberales moderados, luego de haber ido a Veracruz a combatir a los invasores yanquis, deciden mejor sublevarse contra el gobierno de Gómez Farías al grito de “Mueran los puros”. Y, al igual que los de ahora, se cambiaron de bando.
El asunto no es nuevo. En 1847 los batallones de polkos, que eran liberales moderados, luego de haber ido a Veracruz a combatir a los invasores yanquis, deciden mejor sublevarse contra el gobierno de Gómez Farías al grito de “Mueran los puros”. Y, al igual que los de ahora, se cambiaron de bando.
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