En un correo reciente, mi amigo poeta tabasqueño Agenor González Valencia me cuenta una anécdota que a su vez le contó personalmente Carlos Pellicer, relacionada a una presunta corrección a su enorme poema El canto del Usumacinta. Decía el original manuscrito:
“Porque del fondo del río
he sacado la mano
y la he puesto a cantar”
Al capturista –único verdadero enemigo de Agenor, que es enemigo de tener enemigos-, se le hizo fácil cambiar el texto y, olvidando la lógica poética, se fue por la lógica natural y escribió:
“Porque del fondo del río
he sacado la mano
y la he puesto a secar”
“Al poeta, al leerlo, por poco le da un infarto”, termina recordando Agenor.
Espero no incurrir en un desfalco a la noble poesía del maestro Pellicer, que un día como hoy de 1977 muere a los 78 años de edad. Entonces no había correctores automáticos y los errores de dedo eran estrictamente “humanos”:
“Te descubrí,
y en ese instante
tras un diamante
solté un rubí:
de asombro existo,
preclara cosa; sangre dichosa
de haberte visto.
“Robé a tu geografía
su riqueza de solemne alegría.
El que tumbe así el árbol del que estoy hecho
va a encontrar tus rumores en mi pecho.
Y en un cantar a cántaros,
y es la nube de pájaros
y es tu lodo botánico.
“En las sombras históricas de tu destino
cien ciudades murieron en tu camino.
Atadas de pies y manos
están esas ciudades.
Entre una jauría de árboles desmanes
se moduló la sílaba final de esas edades.”
Fragmento de El Canto del Usumacinta de Carlos Pellicer.
“Porque del fondo del río
he sacado la mano
y la he puesto a cantar”
Al capturista –único verdadero enemigo de Agenor, que es enemigo de tener enemigos-, se le hizo fácil cambiar el texto y, olvidando la lógica poética, se fue por la lógica natural y escribió:
“Porque del fondo del río
he sacado la mano
y la he puesto a secar”
“Al poeta, al leerlo, por poco le da un infarto”, termina recordando Agenor.
Espero no incurrir en un desfalco a la noble poesía del maestro Pellicer, que un día como hoy de 1977 muere a los 78 años de edad. Entonces no había correctores automáticos y los errores de dedo eran estrictamente “humanos”:
“Te descubrí,
y en ese instante
tras un diamante
solté un rubí:
de asombro existo,
preclara cosa; sangre dichosa
de haberte visto.
“Robé a tu geografía
su riqueza de solemne alegría.
El que tumbe así el árbol del que estoy hecho
va a encontrar tus rumores en mi pecho.
Y en un cantar a cántaros,
y es la nube de pájaros
y es tu lodo botánico.
“En las sombras históricas de tu destino
cien ciudades murieron en tu camino.
Atadas de pies y manos
están esas ciudades.
Entre una jauría de árboles desmanes
se moduló la sílaba final de esas edades.”
Fragmento de El Canto del Usumacinta de Carlos Pellicer.
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