En 1858, Guillermo Prieto hace la principal pieza oratoria de su vida al defender valientemente a Benito Juárez que estaba a punto de ser ejecutado por el teniente Filemón Bravo y veinticinco de sus soldados, que al llegar Prieto a la oficina del Palacio Nacional ya habían cortado cartucho.
Ese 14 de marzo Guillermo Prieto habló, habló y habló... –confesaría después que no muy consciente de lo que decía-, pero con tanto entusiasmo, patriotismo y sensatez, que los militares fueron bajando las armas uno a uno, luego la cabeza y algunos -dicen- llegaron hasta las lágrimas.
La historia rescata una sola frase de aquella perorata: “¡Alto, los valientes no asesinan!”
Ese 14 de marzo Guillermo Prieto habló, habló y habló... –confesaría después que no muy consciente de lo que decía-, pero con tanto entusiasmo, patriotismo y sensatez, que los militares fueron bajando las armas uno a uno, luego la cabeza y algunos -dicen- llegaron hasta las lágrimas.
La historia rescata una sola frase de aquella perorata: “¡Alto, los valientes no asesinan!”
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