Me sometí a la triste amputación de mi campanilla, pues el otorrinolaringólogo familiar decidió que la tenía muy larga, además de que yo mismo confesé que me molestaba en las noches, boca arriba, pues la dichosa úvula se me metía hasta el estómago.
El día llegó y fui pasado a la silla de las ejecuciones en donde me acomodé dispuesto a perder mi adorada campanilla, compañera fiel de tantas batallas orales. Sin demasiadas ceremonias me fue aplicada una solución gélida y amarga que en muy pocos segundos me anestesió hasta los dientes. Pero sólo la adormeció, pues al pescarla con una pinza sostenida en su mano izquierda para cortarla con las tijeras de su mano derecha, la sensación fue como si fuera a cortarme la lengua. Es la cosa más espantosa que te pesquen la campanilla con una pinza dura y fría. Estuve a punto de vomitar varias veces la impecable bata blanca del carnicero, pero hábilmente la soltaba y dejaba que me repusiera. Los ojos me lloraban como fuentes mientras el galeno contaba bromas familiares, como si yo pudiera estar interesado en divertirme mientras me cercenaba casi al natural.
Así estuvo un rato, la pescaba con su espantoso instrumento y yo sentía que me jalaba la médula espinal, como si me fuera a extraer la tráquea entera, hasta el píloro. Los intentos se repitieron varias veces y yo llegué a pensar que sería imposible la intervención hasta que, con gran concentración, me dediqué a respirar rítmicamente, como en un parto psicoprofiláctico, mientras él efectuaba la amputación. Yo pensé que sería en un solo corte. ¡Zaz!, como el limpio tijeretazo de un peluquero que te corta el copete de un jirón; pero no, con la paciencia de un sastre el carnicero procedió con desesperante cautela; me permitió comprender a esos indefensos cervatillos que son comidos vivos por una manada de perros salvajes, que les arrancan trozos mientras ellos mueren.
La maniobra del doctor consistió en pequeños pellizcos como de pirañas que fueron cercenando aquella tripa en un largo festín de cinco o más segundos, los más largos de mi vida. Tras esa eternidad, el carnicero sacó triunfante su pinza con la mitad de la tripa agonizante que aún se retorcía en húmedos espasmos, como el brazo de una estrella de mar cortado por un hambriento cangrejo.
Era un producto de mi cuerpo, como un recién nacido, rojo y brillante, que yo había parido por la boca como aquel personaje de Cortázar que paría conejos por la boca en un elevador. Pero no, era la mitad convulsionada de mi campanilla. Y los segundos siguientes, el sabor a sangre y la sonrisa triunfal del carnicero corroboraban su aniquilación. Cierto, había pasado lo peor. Lo que algún día fue un campanón era ahora una pequeña campanita sangrante y taciturna que había perdido su personalidad.
La anestesia se disipaba a gran velocidad. Y yo, en mi nueva realidad, sólo esperaba que mi nueva voz no terminara siendo como la de Demis Rusos; o que la acción antinatura de cortar algo por vigoroso y grande me condenara, como una maldición bíblica, a tener la voz de Roberto Madrazo por toda la eternidad.
“¡Nooo!”, quise gritar en mi espantoso desaliento, pero entre la impresión, el dolor y la certeza de ser un hombre ya incompleto, me impidió un desahogo al estilo Jalisco. Así que, como aquel mariachi, me quedé callado.
Han pasado dos semanas de la escisión. Ahora tengo un émulo de úvula, me duele cada vez menos el roce de los alimentos y bebidas, aunque eructar sigue siendo una odisea. Nunca pensé que usáramos la campanilla al eructar. En realidad nunca pensé en mi campanilla en toda mi vida, aquella enorme, vigorosa y roja flor que me acompañó en cada bostezo y carcajada, en cada platillo, en cada copa de licor.
El día llegó y fui pasado a la silla de las ejecuciones en donde me acomodé dispuesto a perder mi adorada campanilla, compañera fiel de tantas batallas orales. Sin demasiadas ceremonias me fue aplicada una solución gélida y amarga que en muy pocos segundos me anestesió hasta los dientes. Pero sólo la adormeció, pues al pescarla con una pinza sostenida en su mano izquierda para cortarla con las tijeras de su mano derecha, la sensación fue como si fuera a cortarme la lengua. Es la cosa más espantosa que te pesquen la campanilla con una pinza dura y fría. Estuve a punto de vomitar varias veces la impecable bata blanca del carnicero, pero hábilmente la soltaba y dejaba que me repusiera. Los ojos me lloraban como fuentes mientras el galeno contaba bromas familiares, como si yo pudiera estar interesado en divertirme mientras me cercenaba casi al natural.
Así estuvo un rato, la pescaba con su espantoso instrumento y yo sentía que me jalaba la médula espinal, como si me fuera a extraer la tráquea entera, hasta el píloro. Los intentos se repitieron varias veces y yo llegué a pensar que sería imposible la intervención hasta que, con gran concentración, me dediqué a respirar rítmicamente, como en un parto psicoprofiláctico, mientras él efectuaba la amputación. Yo pensé que sería en un solo corte. ¡Zaz!, como el limpio tijeretazo de un peluquero que te corta el copete de un jirón; pero no, con la paciencia de un sastre el carnicero procedió con desesperante cautela; me permitió comprender a esos indefensos cervatillos que son comidos vivos por una manada de perros salvajes, que les arrancan trozos mientras ellos mueren.
La maniobra del doctor consistió en pequeños pellizcos como de pirañas que fueron cercenando aquella tripa en un largo festín de cinco o más segundos, los más largos de mi vida. Tras esa eternidad, el carnicero sacó triunfante su pinza con la mitad de la tripa agonizante que aún se retorcía en húmedos espasmos, como el brazo de una estrella de mar cortado por un hambriento cangrejo.
Era un producto de mi cuerpo, como un recién nacido, rojo y brillante, que yo había parido por la boca como aquel personaje de Cortázar que paría conejos por la boca en un elevador. Pero no, era la mitad convulsionada de mi campanilla. Y los segundos siguientes, el sabor a sangre y la sonrisa triunfal del carnicero corroboraban su aniquilación. Cierto, había pasado lo peor. Lo que algún día fue un campanón era ahora una pequeña campanita sangrante y taciturna que había perdido su personalidad.
La anestesia se disipaba a gran velocidad. Y yo, en mi nueva realidad, sólo esperaba que mi nueva voz no terminara siendo como la de Demis Rusos; o que la acción antinatura de cortar algo por vigoroso y grande me condenara, como una maldición bíblica, a tener la voz de Roberto Madrazo por toda la eternidad.
“¡Nooo!”, quise gritar en mi espantoso desaliento, pero entre la impresión, el dolor y la certeza de ser un hombre ya incompleto, me impidió un desahogo al estilo Jalisco. Así que, como aquel mariachi, me quedé callado.
Han pasado dos semanas de la escisión. Ahora tengo un émulo de úvula, me duele cada vez menos el roce de los alimentos y bebidas, aunque eructar sigue siendo una odisea. Nunca pensé que usáramos la campanilla al eructar. En realidad nunca pensé en mi campanilla en toda mi vida, aquella enorme, vigorosa y roja flor que me acompañó en cada bostezo y carcajada, en cada platillo, en cada copa de licor.
jajajajajajajajajaja eres grande Polillo! me hiciste la noche.
ResponderEliminarOye qué es peor? que te corten la tripa de la úbula o del huevulo?
tan traumante fue tu experiencia porque estoy a punto de cortarme la mio pero creo que desisto ... Contestame o solo lo hicistes para pasar la noche ....
ResponderEliminarAnónimo, perdón por la tardanza, apenas lo vi. Definitivamente no es una diversión nocturna, la úvula me fue cortada a la mitad. Sucede que en la noche, acostado boca arriba, la campanilla penetraba mi tráquea y era muy incómoda -una sensación de flema, pero más dura-, aunque nada peligrosa. Creo. Por desgracia la tortura es real, te la tienen que cortar de algún modo. Sigue el sistema psicoprofiláctico de las parturientas: respiración y control, es mi mejor recomendación. Y que te vaya bien.
ResponderEliminarPolo
Hermano y hablas normal despues del corter, la pronunciación es normal? Por favor respondeme gracias.
EliminarHermano, gracias por preguntar. Hablo normal y me avergüenzo un poco de la falta de sensibilidad que acusa esta entrada, pues no esperaba que tanta gente estuviera en ese problema y mi intención no era la de asustarlos, pero por desgracia ese es el efecto que ha logrado. Abusé de la literatura y del humor, la intervención es horrible, como todas las quirúrgicas, solo hay que armarse de valor, como cuando vas al dentista. Saludos.
EliminarQue buen relato. Me reí a más no poder, porque aun por encima en ese momento estaba escuchando una de Demis Rousso (Morir al lado de mi amor). Te felicito...
ResponderEliminarGracias, Franklin. Nunca sabremos cómo es que Ibargüengoitia nos hacía reír tanto contándonos sus desgracias, pero así es una parte de nuestro humor. Lo mismo ocurre con la triste úvula, un paso traumático que con muy poco esfuerzo resulta cómico. Saludos.
ResponderEliminarEl 01/08/2016, me cortaron parte de mi uvula, solo con spray como anestesico, la verdad muy molestoso, no me sangro, me cojieron un punto y han psado ya 7 dias, la verdad si ha mejorado mi problema, no podia dormi, me ahohaba, sentia uan sensacion de llenura que me topaba en la lengua y otros inconvenientes, en todo caso ahora por el momento no tengo esos problemas.
ResponderEliminarCarlos, felicidades, tu calidad de vida mejorará. Dormirás mejor y, no sé si en todos los casos ocurra, pero yo dejé atrás mis famosos ronquidos. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarHola amigo, tengo la uvula muy larga y estoy pensando en hacerla cortar por la mitad, justo como tú.
ResponderEliminarMe puedes contar sobre el método que utilizaron y su duración, y el costo?
¿Has tenido sentido mas facilidad para articular las palabras o algún cambio favorable, además de la eliminación de tu obstrucción nocturna?
Así mismo, has tenido algún efecto secundario perjudicial?
Muchas gracias.
Mi estimado, gracias por preguntar y escribir. No sé qué más decirte, pues mi experiencia fue más o menos esa que describo, aunque acepto que abusé un poco de la literatura chocarrera a la que soy propenso como autor. Una especie de humor negro. Por otra parte, esto ocurrió hace casi diez años, debe haber durado eternos segundos y costado lo mismo que una extracción dental. Indudablemente mi vida mejoró, mis noches mejoraron. Tal vez -y solo tal vez, porque no tengo prueba concluyente de ello-, hay otro síntoma que podría agregarse: he notado que mi voz se ha adelgazado, pero puede ser la edad, el abandono del cigarro o no sé qué, pero al menos puedo decir que no se parece a la de Demis Rusos ni tampoco a la de Madrazo. Ánimo, pues.
ResponderEliminarMe la acaban de cortar a la mitad, los cdolore post corte son tremendos, que se tomaron para aliviar el dolor??
ResponderEliminarAnónimo, ánimo, cada día que pasa va mejorando el panorama, doliendo menos, cicatrizando; toma analgésicos comunes y piensa que tu vida mejorará.
ResponderEliminarSaludos amigo, tu relato lo vivi en carne propia, también partieron a la mitad mi campanilla, solo quisiera preguntar si tuviste el mismo dolor que tengo, al escribir esto tengo 5 días desde la cirugía, cuando algo topa la herida siento que el dolor se esparce por todo el paladar y además llega hasta los nervios de los dientes y las muelas, es un dolor como que ardiera toda la boca, la lengua el paladar y los dientes. Me gustaría saber si este dolor también lo tuvisteis y en que tiempo desaparece. Gracias
ResponderEliminarAguanta, mano, dura semanas el malestar, pero eso sí, cada día mejora un poco. Ánimo, mañana te molestará menos. Allí arriba dice que me duró dos semanas. Te envío un abrazo solidario.
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