Chavela Vargas tuvo una niñez infeliz en su natal Costa Rica. Creció en medio del desprecio familiar, encerrada en su mundo pequeño, su cuerpo pequeño, abrazada a su única amiga verdadera, una vaca del corral. Chavela la “rara”, la loca, la solitaria niña cuyo mayor placer era correr por los cerros berreando canciones a las flores, pues era suyo el deseo, simple, soberbio, de llegar a cantar como los mexicanos. El destino, extraño como siempre, quiso ponerla en el Distrito Federal.
Sensual y desgarrada. La voz de Chavela Vargas ha cantado al amor y a los celos, exprimiendo su corazón para deleite de la concurrencia. Pero... ¿qué nos gustaría saber de Chavela Vargas, de su pasado? Anciana, ahora doña Chavela observa con sabiduría y una buena dosis de rencor los pormenores de su larga y sinuosa vida, azarosa y rebelde; contestataria, extrovertida; febril, homosexual.
Como en un libreto, Chavela, en el marco de su hermosa voz, nos ofrece en su autobiografía (Y si quieren saber de mi pasado, Aguilar, Madrid, 2002) imágenes que tiene aún grabadas en el alma y que inician, con impecable memoria, el mismísimo día de su nacimiento, el 17 de abril de 1919.
“Yo era un ser raro, una persona rara. Lo cierto es que no me gustaba jugar con las niñas, ni me interesaba entretenerme con muñecas, ni andar de acá para allá con los cacharritos. Prefería los rifles, las pistolas, las piedras y fingir que andábamos en guerra. (…) Lo que duele no es ser homosexual; lo que duele es que lo echen en cara como si fuese la peste. Hace falta tener mucha ponzoña en el alma para lanzar los cuchillos sobre una persona sólo porque sea de tal o cual modo”.
Chavela Vargas cantó como los mexicanos. Se mudó a este país y rápidamente lo hizo propio. En un ambiente más avanzado que el de San José, México fue conquistado a largo plazo por esta presencia de nuestro folclor que tiene el sello de Chavela Vargas. Por ejemplo, qué sería de Macorina sin Chavela Vargas.
“No quiero seguir con esto. Me duele y ya me he extendido más de lo necesario. Baste decir que tuve muchos amores de juventud, y muchos amores en la madurez. En la vejez, nada. Ya tengo mucho respeto por la gente y ya no me atrevo a muchas cosas. Baste, por fin, que si volviera a nacer, volvería a llamarme Chavela, volvería a apellidarme Vargas y volvería a amar a las mismas mujeres que amé. Y acudiría a ellas, aunque me hubieran hecho sufrir. No importa. Gracias, señoras. Gracias, dondequiera que estén, gracias por sus noches y sus días dedicados a mí.”
No, Chavela, gracias a ti.
Sensual y desgarrada. La voz de Chavela Vargas ha cantado al amor y a los celos, exprimiendo su corazón para deleite de la concurrencia. Pero... ¿qué nos gustaría saber de Chavela Vargas, de su pasado? Anciana, ahora doña Chavela observa con sabiduría y una buena dosis de rencor los pormenores de su larga y sinuosa vida, azarosa y rebelde; contestataria, extrovertida; febril, homosexual.
Como en un libreto, Chavela, en el marco de su hermosa voz, nos ofrece en su autobiografía (Y si quieren saber de mi pasado, Aguilar, Madrid, 2002) imágenes que tiene aún grabadas en el alma y que inician, con impecable memoria, el mismísimo día de su nacimiento, el 17 de abril de 1919.
“Yo era un ser raro, una persona rara. Lo cierto es que no me gustaba jugar con las niñas, ni me interesaba entretenerme con muñecas, ni andar de acá para allá con los cacharritos. Prefería los rifles, las pistolas, las piedras y fingir que andábamos en guerra. (…) Lo que duele no es ser homosexual; lo que duele es que lo echen en cara como si fuese la peste. Hace falta tener mucha ponzoña en el alma para lanzar los cuchillos sobre una persona sólo porque sea de tal o cual modo”.
Chavela Vargas cantó como los mexicanos. Se mudó a este país y rápidamente lo hizo propio. En un ambiente más avanzado que el de San José, México fue conquistado a largo plazo por esta presencia de nuestro folclor que tiene el sello de Chavela Vargas. Por ejemplo, qué sería de Macorina sin Chavela Vargas.
“No quiero seguir con esto. Me duele y ya me he extendido más de lo necesario. Baste decir que tuve muchos amores de juventud, y muchos amores en la madurez. En la vejez, nada. Ya tengo mucho respeto por la gente y ya no me atrevo a muchas cosas. Baste, por fin, que si volviera a nacer, volvería a llamarme Chavela, volvería a apellidarme Vargas y volvería a amar a las mismas mujeres que amé. Y acudiría a ellas, aunque me hubieran hecho sufrir. No importa. Gracias, señoras. Gracias, dondequiera que estén, gracias por sus noches y sus días dedicados a mí.”
No, Chavela, gracias a ti.
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