El 27 de abril de 1867 el ejército juarista tiene sitiada la ciudad de Querétaro, donde se hallan fuertemente atrincherados Maximiliano, Miramón y Mejía, que en vano intentaban salir de la ratonera.
El general Sóstenes Rocha, testigo ocular, escribe sobre este día de aquel fatídico año:
“En los momentos más reñidos del combate, cuando una tromba de balas silbaba sobre nuestras cabezas, el bravo e incomparable (Ignacio Manuel) Altamirano, pie a tierra, cubierto de polvo y sangre, corrió con su arma preparada hasta la primera línea del enemigo. Su heroísmo fue secundado por su gente y la salida de los imperialistas fracasó”.
Lo que me sorprende de este testimonio no es una derrota imperial más de las muchas que sufrió el ejército de Maximiliano aquel año, sino la presencia de Ignacio Manuel Altamirano a sus 33 años de edad, a quien se conoce más por sus Rimas y sus novelas (El Zarco, Clemencia, Julia, la Navidad en las montañas) que por sus glorias militares. Me encanta la anécdota del general Rocha porque nos muestra la extraordinaria voluntad de este hombre que aprendió español a los 14 años parta dedicar su vida a una cruzada por la educación de sus paisanos, hasta llegar a convertirse en presidente de la Suprema Corte de Justicia y embajador de México en Europa. ¿Cuánto habrán de aprender nuestros políticos actuales rodeados de guaruras del valor, la inteligencia y la vergüenza cívica de héroes nacionales como éste?
El general Sóstenes Rocha, testigo ocular, escribe sobre este día de aquel fatídico año:
“En los momentos más reñidos del combate, cuando una tromba de balas silbaba sobre nuestras cabezas, el bravo e incomparable (Ignacio Manuel) Altamirano, pie a tierra, cubierto de polvo y sangre, corrió con su arma preparada hasta la primera línea del enemigo. Su heroísmo fue secundado por su gente y la salida de los imperialistas fracasó”.
Lo que me sorprende de este testimonio no es una derrota imperial más de las muchas que sufrió el ejército de Maximiliano aquel año, sino la presencia de Ignacio Manuel Altamirano a sus 33 años de edad, a quien se conoce más por sus Rimas y sus novelas (El Zarco, Clemencia, Julia, la Navidad en las montañas) que por sus glorias militares. Me encanta la anécdota del general Rocha porque nos muestra la extraordinaria voluntad de este hombre que aprendió español a los 14 años parta dedicar su vida a una cruzada por la educación de sus paisanos, hasta llegar a convertirse en presidente de la Suprema Corte de Justicia y embajador de México en Europa. ¿Cuánto habrán de aprender nuestros políticos actuales rodeados de guaruras del valor, la inteligencia y la vergüenza cívica de héroes nacionales como éste?
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