Visité el calabozo donde estuvo el cura Hidalgo en Chihuahua cuando tenía once años, acompañado de mi madre. La tragedia me perseguía en esos días y llevaba mi brazo derecho enyesado tras haberme caído del horno de pan de mi tío Bilo, así que iba en vena. Tal vez ese detalle me hizo sentir más vivamente el extraño dolor que se respiraba en ese húmedo recinto. Estuvimos unos minutos en silencio, lo que era un verdadero esfuerzo, pues en la familia siempre hablamos hasta por los codos.
Hidalgo fue acusado de crímenes horrendos y excomulgado por el obispo Abad y Queipo de la antigua Valladolid. Afortunadamente no estaba el texto de la excomunión en alguna pared del calabozo, pues hubiera sido terrible conocerlo entonces. Ese texto lo leí muchos años después, en la escuela de antropología, cuando el maestro Guy Rozat, que renovó la enseñanza de la historia en esa escuela, lo publicó en la Revista Palos para la crítica –por cierto, de la Universidad Autónoma de Puebla- de octubre 1980 a marzo 1981. Decía en uno de sus párrafos:
“Sea maldito en vida y muerte. Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo. Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento, sediento, ayunando, durmiendo, sentado, parado, trabajando o descansando y sangrando. Sea maldito interior y exteriormente; sea maldito en su pelo, sea maldito en su cerebro y en sus vértebras, en sus sienes, en sus mejillas, en sus mandíbulas, en su nariz, en sus dientes y muelas, en sus hombros, en sus dedos. Sea condenado en su boca, en su pecho, en su corazón, en sus entrañas y hasta en su mismo estómago. Sea maldito en sus riñones, en sus ingles, en sus muslos, en sus genitales, en sus piernas, sus pies y uñas. Sea maldito en todas sus coyunturas y articulaciones de todos sus miembros; desde la corona de su cabeza hasta la planta de sus pies, no tenga un punto bueno”.
Su verdadero crimen, por supuesto, era desear la libertad para los mexicanos.
La mañana del 30 de julio de 1811 es fusilado en Chihuahua el cura Miguel Hidalgo y Costilla, su cuerpo fue desmembrado y distribuido por aquí y por allá. La cabeza, como se sabe, terminó en una jaula colgada en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en la ciudad de Guanajuato.
Hidalgo fue acusado de crímenes horrendos y excomulgado por el obispo Abad y Queipo de la antigua Valladolid. Afortunadamente no estaba el texto de la excomunión en alguna pared del calabozo, pues hubiera sido terrible conocerlo entonces. Ese texto lo leí muchos años después, en la escuela de antropología, cuando el maestro Guy Rozat, que renovó la enseñanza de la historia en esa escuela, lo publicó en la Revista Palos para la crítica –por cierto, de la Universidad Autónoma de Puebla- de octubre 1980 a marzo 1981. Decía en uno de sus párrafos:
“Sea maldito en vida y muerte. Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo. Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento, sediento, ayunando, durmiendo, sentado, parado, trabajando o descansando y sangrando. Sea maldito interior y exteriormente; sea maldito en su pelo, sea maldito en su cerebro y en sus vértebras, en sus sienes, en sus mejillas, en sus mandíbulas, en su nariz, en sus dientes y muelas, en sus hombros, en sus dedos. Sea condenado en su boca, en su pecho, en su corazón, en sus entrañas y hasta en su mismo estómago. Sea maldito en sus riñones, en sus ingles, en sus muslos, en sus genitales, en sus piernas, sus pies y uñas. Sea maldito en todas sus coyunturas y articulaciones de todos sus miembros; desde la corona de su cabeza hasta la planta de sus pies, no tenga un punto bueno”.
Su verdadero crimen, por supuesto, era desear la libertad para los mexicanos.
La mañana del 30 de julio de 1811 es fusilado en Chihuahua el cura Miguel Hidalgo y Costilla, su cuerpo fue desmembrado y distribuido por aquí y por allá. La cabeza, como se sabe, terminó en una jaula colgada en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en la ciudad de Guanajuato.
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