“Te voy as llamar Juanete porque eres tan insidioso como esa protuberancia que aparece en los dedos de los pies”, le dije a los cuantos días de haberlo conocido. No le cayó en gracia o, al menos, fue lo que interpreté con su cara de agrura, pero después supe que tenía un extraño sentido del humor que frecuentemente se deslizaba hacia la impertinencia, la imprudencia. De lágrima fácil, Juan no dudó en derramarlas más de una vez para defender alguna peregrina argumentación en su favor. No era fácil con la gente, lo suyo eran las letras; la silenciosa noche donde podía dar rienda suelta a cascadas de fantasía de apariencia pedestre que muy pronto se convirtieron en novelas con elocuentes títulos como Me gustas por guarra, amor; Tijuana Dream; Quizás otros labios, Yodo.
Apenas menor que yo, nuestra empatía nació cuando descubrimos que habíamos ganado el mismo premio de cuento con un año de diferencia, lo que quería decir que yo fui jurado de su edición y que por lo pronto tenía una deuda conmigo. Se ofendía fácilmente, por lo que a su apodo le agregué el adjetivo de “séntido”, una expresión norteña que le encantó y comenzó a utilizar casi para todo. “No sea séntido, Juanete”, le decía. Le brillaban los ojos.
Tras unos meses de trabajo en la radio Juan Hernández Luna fue despedido a causa de alguna de sus impertinencias, que ya no tiene ni caso recordar. Tras derramar algunas lágrimas partió a la ciudad de México con sus libros bajo el brazo y el patrocinio moral y material de Paco Ignacio Taibo II. Fue cuando despegó su literatura. En 1997 ganó el premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón, España, por su novela Tabaco para el puma, que también recibió en 2007 por Cadáver de Ciudad.
Prolífico e imaginativo, se auguraba una gran carrera literaria de este joven autor, por ello la profunda desazón que ahora me causa su repentina muerte a causa de una falla renal a los 47 años. A su familia, a sus amigos, a sus lectores, mi más profundo pésame.
Apenas menor que yo, nuestra empatía nació cuando descubrimos que habíamos ganado el mismo premio de cuento con un año de diferencia, lo que quería decir que yo fui jurado de su edición y que por lo pronto tenía una deuda conmigo. Se ofendía fácilmente, por lo que a su apodo le agregué el adjetivo de “séntido”, una expresión norteña que le encantó y comenzó a utilizar casi para todo. “No sea séntido, Juanete”, le decía. Le brillaban los ojos.
Tras unos meses de trabajo en la radio Juan Hernández Luna fue despedido a causa de alguna de sus impertinencias, que ya no tiene ni caso recordar. Tras derramar algunas lágrimas partió a la ciudad de México con sus libros bajo el brazo y el patrocinio moral y material de Paco Ignacio Taibo II. Fue cuando despegó su literatura. En 1997 ganó el premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón, España, por su novela Tabaco para el puma, que también recibió en 2007 por Cadáver de Ciudad.
Prolífico e imaginativo, se auguraba una gran carrera literaria de este joven autor, por ello la profunda desazón que ahora me causa su repentina muerte a causa de una falla renal a los 47 años. A su familia, a sus amigos, a sus lectores, mi más profundo pésame.
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