sábado, 18 de septiembre de 2010

El Campeón


Esta es la historia de un caballo, el Campeón, que perteneció a Doña María Santillana López cuando era niña en su natal Atlixco, Puebla, nacida el 24 de junio de 1907. Cuando recordó al Campeón no pudimos menos que enjuagarnos las lágrimas, era un amor muy antiguo, de hacía por lo menos noventa años, pero permanecía latente en la lúcida cabeza de esta ancianita entrevistada en 2002, cuando un nieta Flor me condujo a su casa de la 7 Poniente en el centro de la capital poblana. Murió poco tiempo después, pero hoy nos queda, intacta, su memoria.

Mi vida en Atlixco fue muy feliz. Sabía yo muy bien montar a caballo porque, como mi papá era ranchero, montaba mucho. Iba a su ranchito a ver cómo iba la siembra y todo, llevaba provisiones para el camino. Había una señora humilde que nos hacía unas gorditas... ¡ay! pero qué ricas, hasta la fecha me acuerdo y se me antojan. Era la memelita con su salsa picosa, verde o roja y frijolitos. Con huevitos, esa era la comida, pero yo era feliz de que me llevaba mi papá al campo y me acostumbré mucho al caballo. Así es de qué ya grande todavía me encantaban los caballos. Ahora ya no puedo, me duelen mucho mis piernas, pero hubo mucho tiempo que monté caballo. Ya de casada. Íbamos a Atlixco, a Matamoros, a los ingenios que hay por Matamoros: Acatzingo, Chietla, Chautla. Todo a caballo. A veces nos íbamos a Izúcar de Matamoros. Todo eso lo recorríamos a caballo.

Tuve un caballo tordillo. Mi papá, le puso el Campeón, era un caballo muy bonito. Era blanco con manchas azules. Bonito caballo, bonito. Lo quería yo mucho, mucho. Le lloré cuando lo vendió mi papá, lo tuvo que vender porque urgía dinero en la casa y lo tuvo que vender. Y yo le lloré mucho a ese caballo. Ya sabía la hora y se arrimaba a la ventana y se ponía en forma que yo pudiera montarlo sin lastimarme. Sabíamos muy bien la hora el caballo y yo. Se arrimaba el caballo y ya lo montaba y nos íbamos a distintas partes, felices. El Campeón también me quería mucho. No lo va usted a creer pero lloró cuando se lo llevaron. Echó sus lágrimas. No, yo peor, yo peor. Me abracé de las patas y no me quería yo soltar, y mi papá: “no mi´jita, ya lo vendí, suéltalo, ya no es de nosotros, ya ni modo.” Y lo tuve que soltar. Llorando los dos, el Campeón y yo.

Sí, pero fue muy bonito tiempo. Y le digo, ahora ustedes dirán que porque soy viejita ya se me olvidan muchas cosas, y es cierto, pero no tantas que no recuerdo todo.



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