En algunas investigaciones sobre la Santísima Trinidad que hice para una colección de máscaras trifásicas –una de las representaciones trinitarias, la prohibida por la inquisición-, me encontré con el nombre de Miguel Servet, a saber, un sabio del siglo XVI que había argumentado con impecable lógica contra esta polémica figura sagrada del cristianismo. El Hijo, decía Servet, no puede ser eterno, pues fue engendrado por una mujer. Por lo tanto, tampoco es una persona de la Trinidad, que en realidad no existe, y quienes creen en ella son ateos, “triteístas”, seguidores de “tres fantasmas”.
Miguel Servet no se ganó las simpatías de nadie, procreando los odios tanto de cristianos como de protestantes, pues le dio por interesarse y opinar en todos los ámbitos que la protociencia de su época le permitió: astronomía, meteorología, geografía, jurisprudencia, teología, matemáticas, anatomía y medicina, ciencia esta última en donde fue un verdadero adelantado.
Sería un mártir anónimo más de los miles de sabios que el cristianismo sacrificó en aras de su dogma, de no haber sido por su obra Christianismi Restitutio, donde descubre la circulación sanguínea en los pulmones que, no obstante su importancia, no convenció a los doctores religiosos de la época que lo condenaron a la hoguera. El 27 de octubre de 1553, Miguel Sernet es quemado vivo por los tribunales eclesiásticos de Ginebra manejados por los calvinistas.
“Y sin embargo, circula”, debió haber pensado el buen doctor mientras lo tatemaban.
Miguel Servet no se ganó las simpatías de nadie, procreando los odios tanto de cristianos como de protestantes, pues le dio por interesarse y opinar en todos los ámbitos que la protociencia de su época le permitió: astronomía, meteorología, geografía, jurisprudencia, teología, matemáticas, anatomía y medicina, ciencia esta última en donde fue un verdadero adelantado.
Sería un mártir anónimo más de los miles de sabios que el cristianismo sacrificó en aras de su dogma, de no haber sido por su obra Christianismi Restitutio, donde descubre la circulación sanguínea en los pulmones que, no obstante su importancia, no convenció a los doctores religiosos de la época que lo condenaron a la hoguera. El 27 de octubre de 1553, Miguel Sernet es quemado vivo por los tribunales eclesiásticos de Ginebra manejados por los calvinistas.
“Y sin embargo, circula”, debió haber pensado el buen doctor mientras lo tatemaban.
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