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Calaveristórica


Alexander von Humboldt

Llegó a Puebla un alemán
impulsado por la ciencia
muy pronto pidió clemencia
contraviniendo su afán.

Al principio hubo sorpresas
la ciudad no estaba mal,
admiró su catedral
y sus cuantiosas riquezas.

Desde Analco al Portalillo,
de San Matías a Santiago,
mucha gente, un que otro briago
y abundante monaguillo.

Fue después por la Garita
y admiró la Talavera,
la forja en la ventanera
y la cantera exquisita.

Los dulces en El Parián
ocuparon su atención:
trompaditas de ocasión,
condumbios y mazapán.

“En locales y en banquetas
nunca vi dulces mejores:
punche de miel y alfajores,
camotes y palanquetas”.

Admiró el papel picado
y en El Carmen los petates,
canastos duros de otate,
mármol y ónix bien labrado.

Nunca pisó San Antonio
pues las doncellas de fama
iban contigo a la cama
y te exigían matrimonio.

En Los Remedios y El Alto
la abundancia de manjares
le hizo pensar que “estos lares,
bien valen un buen asalto”.

“Hay chalupas de colores
mil buñuelos de ocasión
un tentador salpicón
y memelas de sabores”.

Con extrema desconfianza,
pero cansado y con hambre,
el Barón atacó el fiambre
sin precaución de su panza

En El Parral bebió atole,
en La Luz una cemita;
un pambazo en Santa Anita
y en Xanenetla un buen mole.

Visitó San Sebastián
donde probó los elotes,
dio cuenta de unos camotes,
después de un verde pipián.

Comió en San Roque un tamal,
tostadas de revoltijo,
fue entonces cuando se dijo:
“algo aquí me cayó mal”.

El Barón selló su suerte,
lo asaltó un retortijón
y tras violento torzón
cayó entregado a la muerte.

Paloma de mi conciencia
vuela detrás de los mares
ve y expresa los pesares
por este hombre de la ciencia.



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