En 1659, luego de 17 años de cárcel, es quemado vivo en la plaza pública de la Ciudad de México el clérigo irlandés Guillén de Lámport o Lombardo de Guzmán, acusado de apóstata. Fue conducido a las mazmorras de la Inquisición y tratado con la atención con la que aquellos monjes, famosos por su hospitalidad, trataban a sus huéspedes. Don Guillén fue pasado primero por el potro, luego le dieron un masaje en la garrucha, una manita de gato en el borceguí y cuando estuvo relajado lo prepararon para la luminosa fiesta de la hoguera.
Don Lombardo en realidad estaba muy lejos de ser apóstata, como lo demostraba su sincera contrición en el interior de su celda, lo que incomodó a las autoridades tenía que ver más con sus ideas políticas, pues nada menos que había elaborado un plan para la independencia de la Nueva España, de donde pretendía ser rey. Fue por eso que comisionaron a los inquisidores para que le dieran una calentadita. Y vaya que se la dieron.
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