jueves, 25 de noviembre de 2010

Valor y cobardía


En este país de machos contrasta la blandengue respuesta de la ciudadanía a la arbitrariedad, el abuso y el atropello cotidiano. Mozalbetes veinteañeros que son capaces de llevar a cincuenta adultos muertos de miedo por su manera de conducir un autobús urbano. ¿Por qué nadie dice nada? Es una pregunta que ni siquiera nos hacemos, no la vaya a escuchar el cafre del volante y se nos venga encima con una llave de cruz. O simplemente nos baje con mentadas de madre.

Cada día toleramos el abuso de burócratas amargados que se desquitan con los clientes amarrados a la prestación de un servicio privado o público, que tienen que soportar el trato injustificadamente grosero del de la ventanilla; o el trapero que nos asalta con unas cuantas monedas que no tienen negociación; el “viene viene” que aparece en las calles desiertas para esquilmarnos con otras monedas; el policía corrupto, el licenciado leguleyo; el automovilista que tiene apuro; el cerillito anciano del supermercado.

Es un país de machos muy cobardes que no se atreven a decir “ya basta” deje usted a la anciana, a la niña, a la señorita. Es preferible guardar un silencio que termina siendo cómplice del arbitrario, del ladrón, del abusivo. El día de hoy la víctima fue mi hija de 16 años que regresaba de la prepa a la una de la tarde en el autobús que está obligada a tomar para llegar a casa. Un “señor” decidió molestarla enfrente de todo el pasaje sin que nadie moviera una ceja para defenderla. El sujeto la manoseó delante de muchos “caballeros” que decidieron voltear hacia la calle con vergonzoso disimulo. No era sólo un libidinoso, era un ladrón, que cuando encontró su teléfono celular en el bolsillo de su jeans se lo sacó con descaro mientras ella se revolvía tratando de defenderse. Una señora dijo algo, pero no fue lo suficientemente contundente como para conmover a los señores que atestaban el autobús. Mi hija no estaba dispuesta a perder su valorado celular, que tanto trabajo le costó conseguir, por lo que se bajó detrás del sujeto con la esperanza de que hubiera alguien que la respaldara y lo detuviera. Pero en la calle, a pesar de que estaba llena de “caballeros”, no hubo nadie que estuviera dispuesto a enfrentar al gandalla que caminaba tan campante. ¿Y un policía…? ¡Por favor!

No sé qué ha pasado con aquel valor mexicano y aquel multivanagloriado machismo que defendía las injusticias o por lo menos a las damas. Nos hemos convertido en un país de cobardes incapaces de levantar la mano contra las más elementales injusticias que se cometen en nuestras narices. ¡Vamos mexicanos!, ¡vamos poblanos!, tal vez perdamos algún diente pero preservemos nuestra dignidad. Esa niña que asaltan podría ser tu hija, tu sobrina, tu vecina. Esa niña asaltada frente a todos ustedes era, el día de hoy, mi niña. Y eso, se los aseguro, es intolerable.



3 comentarios:

  1. ¡Que coraje!, ¿y sabes que es lo peor?, no es sólo en México, aquí han molido a patadas a gente en el transporte público y nadie metió la mano. Dale un abrazo a mi primita.

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  2. Pues sí, en España tunden cada tercer día a muchachas sudamericanas en pleno vagón del metro (video incluido) sin que nadie diga o haga nada, Mal de muchos...
    Gracias, querida.

    P.

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  3. Hola Polo, a mi me fastidia que nadie reacciones, me choca, me caga, me altera, me indigna tanta pasividad de la gente.

    Una vez, casi frente a la casa, dos jóvenes subiero a un autobus para asaltarlo, era domingo por la noche, todos todos todos mis vecinos vieron lo que sucedía y nadie reaccionó, le pedí a mi mamá que cerrara el negocio y marque al 066 desde mi celular, seguí a pie al autobus, les decía a mis huevones vecinos que marcaran al 066, que no les costaba, pero nada, todos quietos y un imbecil incluso sonrío. La pinche patrulla llegó 10 minutos después, ya que todo había sucedido.

    Apenas hace tres semanas, caminaba con mi novia y un compañero de trabajo cerca de la casa de la Adiuana Vieja cuando vimos a un tipo corriendo, dos señoras asustadas nos dijeron que el tipo le había jalado una cadena del cuello. De nuevo, ningún vecino o locatario reaccionó, el maleante ya había dado la vuelta a la calle, mi única reacción fue darle mi celular para que denunciara el hecho. Mi novia, mi compañero y yo permanecimos con ellas hasta que pasó una patrulla.

    Te digo, sorprende esa pinche pasividad. Nadie se pone en los zapatos del otro.

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