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A las 4 P.M.


El cura Morelos nunca se arrepintió de haber cometido los delitos que se le imputaban y en todo momento negó las acusaciones de herejía. Es cierto, escribió una carta señalando lugares y estrategias del ejército insurgente, que resultó más importante en lo moral que en lo logístico. Aunque le Inquisición lo condenó a cadena perpetua, Calleja dictó su sentencias de muerte.

La tarde del viernes 22 de diciembre de 1815, en el lejano poblado de Ecatepec, el cura Morelos recitó el salmo 51 mientras los tambores ordenaban el pelotón de fusilamiento.

“Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame”.

Preparen…

“Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas”.

Apunten…

“Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre. Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría…”

¡Fuego!

El reloj de la iglesia marcó lento, taciturno, las cuatro de la tarde.



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