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La firma


En la primera década de la colonia española en México, ante la necesidad de trazar un camino recto entre el Puerto de Veracruz y la Ciudad de México, se pensó en fundar una ciudad intermedia que sirviera de descanso a los viajeros. La Real Audiencia Gobernadora de la Nueva España comisionó a fray Julián Garcés, obispo de la Tlaxcala, para hacer la localización del sitio adecuado, “el más aparejado lugar que hubiere”, situándolo finalmente entre las provincias de Cholula y Tlaxcala.

El 17 de enero de 1531, la reina de España, a instancias del propio Julián Garcés, firma en Ocaña la cédula real que ordenaba la fundación de la villa Puebla de Nuestra Señora de los Ángeles, en el asiento poblacional de Cuetlaxcochictan, “lugar de las culebras con pellejo”.

El nuevo asentamiento sería formalmente inaugurado el siguiente 16 de abril, cuando se efectúa la primera misa para una audiencia de tres decenas de españoles y sus numerosos sirvientes y se tiene como fecha oficial de su fundación. A partir de ese momento se hizo venir a los mejores maestros de construcción, de pintura y escultura para edificar y decorar los muros de templos y residencias que surgieron como hongos alrededor del zócalo. Los herreros proliferaron con la masiva edificación de balcones, rejas, veletas y barandales; los carpinteros y canteros esculpieron esas maravillas que vemos en puertas y ventanas, cornisas voladas, cruces atriales y ostentosas portadas.

Casi de inmediato se fundan los barrios en la periferia del centro. Sus constructores supieron ponerse de acuerdo en una traza cuadriculada y simétrica, con avenidas perfectamente rectas de 14 varas de ancho, inspirados en la arquitectura del Renacimiento, que le dio a la ciudad y le sigue dando su sello más característico.

Todo empezó este día, hace 480 años, con aquella firma de la reina.

* En la imagen, uno de los tantos documentos de 1531 pertenecientes al acervo del Archivo Histórico de la Ciudad de Puebla.



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