El 28 de enero de 1915 el general Álvaro Obregón penetra con su ejército constitucionalista la ciudad de México. No fue una entrada triunfal, como ocurrirá en otras ocasiones futuras. En el ambiente se respiraba el tufillo de rebelión que había dejado la reciente Convención Nacional Revolucionaria en Aguascalientes, que juntó zapatistas y villistas en torno al sorpresivo presidente convencionalista Roque González Garza, nombrado en la ocasión.
Pero no sólo se trataba de mala vibración o clima de zozobra. Los obregonistas tuvieron que entrar con la cabeza agachada, ya que en su recorrido por las calles de la ciudad de México había decenas de francotiradores parapetados en las azoteas de los edificios que se encargaron de dificultar aun más la entrada del sonorense a la ciudad.
Pero no sólo se trataba de mala vibración o clima de zozobra. Los obregonistas tuvieron que entrar con la cabeza agachada, ya que en su recorrido por las calles de la ciudad de México había decenas de francotiradores parapetados en las azoteas de los edificios que se encargaron de dificultar aun más la entrada del sonorense a la ciudad.
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