31 de enero de 1811. La gente reunida en la plaza de San Blas, Nayarit, observa el bizarro martirio de un cadáver en la plaza de San Blas, Nayarit; es del cura de San Ahualulco, su cuerpo está desnudo, boca abajo, un hombre golpea su espalda lacerada con un látigo. Una extraña estampa del inicio de la independencia.
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Entre los muchos desvaríos militares que tuvo Miguel Hidalgo en su breve lucha por la independencia de México, existe una historia de un párroco nayarita, José María Mercado que, inspirado por la autorización de Miguel Hidalgo, proclama la independencia del poblado que acoge su parroquia, Ahualulco, desatando una algarabía fuera de todo cálculo.
Con 300 hombres mal entrenados y peor equipados ocupó Tepic y entró a San Blas el 1 de diciembre de 1810, sin mucho orden y sin ninguna piedad. El gusto le duró poco, dos meses de desórdenes, hasta que llegó el refuerzo del ejército realista, el 31 de enero de 1811, cuando el cura Mercado pereció al buscar salvarse de la persecución de la gente del párroco de San Blas, Nicolás Santos Verdín; el clérigo se desnucó al intentar huir por una barranca, pero ni aún muerto se desquitaba el odio que levantó debido a los excesos de su plebe al ocupar esas dos pacíficas ciudades. Santos Verdín ordena llevarlo a la plaza central y azotar el cadáver desnudo para escarmiento de sus simpatizantes.
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Entre los muchos desvaríos militares que tuvo Miguel Hidalgo en su breve lucha por la independencia de México, existe una historia de un párroco nayarita, José María Mercado que, inspirado por la autorización de Miguel Hidalgo, proclama la independencia del poblado que acoge su parroquia, Ahualulco, desatando una algarabía fuera de todo cálculo.
Con 300 hombres mal entrenados y peor equipados ocupó Tepic y entró a San Blas el 1 de diciembre de 1810, sin mucho orden y sin ninguna piedad. El gusto le duró poco, dos meses de desórdenes, hasta que llegó el refuerzo del ejército realista, el 31 de enero de 1811, cuando el cura Mercado pereció al buscar salvarse de la persecución de la gente del párroco de San Blas, Nicolás Santos Verdín; el clérigo se desnucó al intentar huir por una barranca, pero ni aún muerto se desquitaba el odio que levantó debido a los excesos de su plebe al ocupar esas dos pacíficas ciudades. Santos Verdín ordena llevarlo a la plaza central y azotar el cadáver desnudo para escarmiento de sus simpatizantes.
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