En enero de 1991 los habitantes del mundo estábamos con el alma en un hilo por la amenaza de guerra en Irak, a donde el primer George Bush había movilizado un enorme ejército para escarmentar a Sadam Husein por haber invadido el pequeño reino de Kwait que, como se sabe, flota en un mar de petróleo.
En esos días los ejércitos de la potencial confrontación se pelaban los dientes, dicho metafóricamente, pues en realidad eran misiles, aviones, tanques, buques de guerra y centenares de miles de soldados perfectamente engrasados para la lucha.
Finalmente, la noche del 16 de enero de 1991 inician los ataques de los marines sobre el ejército de Irak, en la llamada Guerra del Golfo, que resultó muy decepcionante. A la distancia de algunos miles de kilómetros pudimos apreciar que los soldados de Sadam huyeron despavoridos por el yermo desierto para refugiarse en la capital, a donde el primer Bush no se atrevió a entrar.
En unos cuantos días la presunta guerra se convirtió en una serie de escaramuzas, los iraquíes abandonan Kwait en medio de una gran quemazón de pozos petroleros y los yanquis recularon sin más, de vuelta a casa.
Perdió Irak, pero la sonrisa de Sadam Husein le dio a esa derrota un extraño sabor a victoria; gano Bush, pero en su gesto había un amargo sabor.
En esos días los ejércitos de la potencial confrontación se pelaban los dientes, dicho metafóricamente, pues en realidad eran misiles, aviones, tanques, buques de guerra y centenares de miles de soldados perfectamente engrasados para la lucha.
Finalmente, la noche del 16 de enero de 1991 inician los ataques de los marines sobre el ejército de Irak, en la llamada Guerra del Golfo, que resultó muy decepcionante. A la distancia de algunos miles de kilómetros pudimos apreciar que los soldados de Sadam huyeron despavoridos por el yermo desierto para refugiarse en la capital, a donde el primer Bush no se atrevió a entrar.
En unos cuantos días la presunta guerra se convirtió en una serie de escaramuzas, los iraquíes abandonan Kwait en medio de una gran quemazón de pozos petroleros y los yanquis recularon sin más, de vuelta a casa.
Perdió Irak, pero la sonrisa de Sadam Husein le dio a esa derrota un extraño sabor a victoria; gano Bush, pero en su gesto había un amargo sabor.
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