El 7 de febrero de 1864 nace en la ciudad de Durango, Ricardo Castro, inspirado pianista y compositor cuya memoria ha sobrevivido sólo para oídos enterados de la música mexicana de salón y de los habitantes de su estado, que le dedicó un teatro y una estatua en la capital.
Castro es el vivo caso de un ser que nació para el arte, en este caso la música, estudió desde niño con diversos y destacados maestros y a los 19 años termina su primera sinfonía llamada Sagrada, en 1883. De ahí pa´l real, su fama creció y sus presentaciones abarrotaban los teatros porfirianos y lo llevaron a hacer giras por 17 ciudades del país y conciertos en ciudades estadounidenses como Chicago, Filadelfia, Washington y Nueva York o a impartir cursos, conferencias magistrales y conciertos en los conservatorios de París, Berlín, Londres, Bruselas, Roma, Milán y Leipzig.
Hacia el cambio de siglo Ricardo Castro era una celebridad de nuestras artes, publicaba crónicas musicales en los periódicos y fue director del Conservatorio Nacional de Música en el que muchos le atribuyen su modernización. Gran admirador de Chopin, Castro compuso varias polonesas para su piano prodigioso y en 1904 el primer concierto para piano y orquesta escrito en América Latina, además de otras obras como sus óperas Atzimba, La Leyenda de Rudel, Don Juan de Austria, Satán vencido y El beso de la Rousalka. Además de una obra que es, quizás, la única pieza muy conocida del autor, que es el vals Capricho. Poco antes de morir, inspirado por los experimentos de Debussy, incursiona en el impresionismo, aunque le faltaría vida para desarrollarlo.
En 1907, a la edad de 43 años, Ricardo Castro muere a causa de una pulmonía, sin discos de oro, sin grabaciones (porque no había nada de eso), pero con el reconocimiento de aquel exigente y afrancesado público porfirista que tres años después también habría deponer pies en polvorosa. Pero esa es otra historia.
Castro es el vivo caso de un ser que nació para el arte, en este caso la música, estudió desde niño con diversos y destacados maestros y a los 19 años termina su primera sinfonía llamada Sagrada, en 1883. De ahí pa´l real, su fama creció y sus presentaciones abarrotaban los teatros porfirianos y lo llevaron a hacer giras por 17 ciudades del país y conciertos en ciudades estadounidenses como Chicago, Filadelfia, Washington y Nueva York o a impartir cursos, conferencias magistrales y conciertos en los conservatorios de París, Berlín, Londres, Bruselas, Roma, Milán y Leipzig.
Hacia el cambio de siglo Ricardo Castro era una celebridad de nuestras artes, publicaba crónicas musicales en los periódicos y fue director del Conservatorio Nacional de Música en el que muchos le atribuyen su modernización. Gran admirador de Chopin, Castro compuso varias polonesas para su piano prodigioso y en 1904 el primer concierto para piano y orquesta escrito en América Latina, además de otras obras como sus óperas Atzimba, La Leyenda de Rudel, Don Juan de Austria, Satán vencido y El beso de la Rousalka. Además de una obra que es, quizás, la única pieza muy conocida del autor, que es el vals Capricho. Poco antes de morir, inspirado por los experimentos de Debussy, incursiona en el impresionismo, aunque le faltaría vida para desarrollarlo.
En 1907, a la edad de 43 años, Ricardo Castro muere a causa de una pulmonía, sin discos de oro, sin grabaciones (porque no había nada de eso), pero con el reconocimiento de aquel exigente y afrancesado público porfirista que tres años después también habría deponer pies en polvorosa. Pero esa es otra historia.
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