Como en una serie policiaca de televisión, leo en las noticias de hoy que la procuradora Janet Napolitano puso a trabajar a sus muchachos y en menos de una semana han hecho más de cien arrestos de peligrosos narcotraficantes en Estados Unidos relacionados a los cárteles mexicanos de la droga. (Por el momento dejaremos en paz a los irlandeses, los rusos y los afroamericanos porque con ellos no es el problema.) Pero tanta acción repentina y eficaz es evidencia de algo, una verdad incómoda que, aunque evidente, no es políticamente correcto esclarecer. Como puede suponerse, aprehender a estos pillos no es cosa de una semana y se requieren meses de investigaciones de inteligencia e infiltraciones que los llevan a las guaridas de los criminales, cosa que evidentemente los chicos de Obama ya habían hecho desde hace tiempo y los tenían plenamente identificados ¿por qué no los aprehendías, Janet?
La obvia razón es que las autoridades de Estados Unidos han convenido con los cárteles de la droga en dejarlos en paz si mantienen una aceptable tranquilidad en los territorios que controlan. Saben dónde están, los tienen identificados, los castigan de vez en cuando, pero los dejan expender su imprescindible producto para que los ciudadanos estadounidenses no exploten como dinamita, armados hasta los dientes como están. ¿Qué pasaría si la violencia de acá se brincara la barda y se posicionara allá? Nos es tan difícil que ocurra, por lo pronto este mismo día el alguacil de un pueblo de Texas llamado Hudspeth, pide a los texanos armarse contra los narcos mexicanos que llegan de México “huyendo de la violencia”.
Si se desatara la violencia en Estados Unidos la mitad de lo que se ha desatado en México las consecuencias para todos, de un lado y del otro, serían catastróficas. Hay demasiadas armas de las calles. El palpable fanatismo y la intolerancia propiciarían masacres perpetradas por niños de quince años con metralletas de asalto y artillería pesada que dispararían contra todo aquel que no se pareciese a su papá; despertaría a miles de nazis reprimidos que esperan la hora de su venganza (y están armados hasta las cachas), y terminaría muy pronto por involucrar al ciudadano común que sacaría su pistola sin titubear cuando las calles de Los Ángeles, New York o de cualquier condado se pusieran peligrosas; las armas brillarían aceitadas en los salones de clase, en la vinatería, en los mall. Los Estados Unidos verían la impertinencia de armar una sociedad drogada que, aunque ilegalmente, se surte con facilidad de cualquier cantidad de productos.
Si se dejaran de hipocresías y cambiaran la grave contradicción de permitir la circulación de drogas y de mantenerlas prohibidas en la ley, legalizándola, la violencia y las muertes relacionadas disminuirían en muy corto plazo. La prohibición ha propiciado que las calidades y cantidades de las drogas puras se hayan convertido en productos degradados y mortales sumamente adictivos, que son los que circulan masivamente entre los barrios pobres y entre los jóvenes de todas las ciudades del mundo. La prohibición de la droga lo que consiente es la venta de veneno ilegal a la juventud, pero que el gobierno de Estados Unidos ha decidido “tolerar” permitiendo a esas bandas plenamente identificadas que las expendan. El mercado negro lo que suscita es el abuso en los cortes de la droga y la invención de otras sustancias de pésima calidad que circulan con relativa libertad.
Al legalizar las drogas los ciudadanos que las consumen accederían a un control de calidad exigido a cualquier producto en los Estados Unidos, su intensidad y su carácter adictivo estarían garantizadas por el Estado, como ocurre en las drogas legales como el alcohol y el tabaco sin que el mundo se acabe de alcoholismo o cáncer de pulmón; al legalizarse las drogas morirían de sobredosis quienes de igual forma morirán de sobredosis y el ser humano recapacitaría sobre sus dependencias y el alcance y riesgo de su libertad. Al legalizarse las drogas los seres humanos podrán reflexionar sobre la conveniencia de sus adicciones, moderarán su consumo y utilizarán sustancias controladas. De paso nos harían un gran favor a los mexicanos, desaparecerían los cárteles, terminarían paulatinamente con la intolerable violencia que nos envuelve y nos socava. Por eso todo tiene que suceder “allá”.
Y el que esté libre de culpas, que arroje una tableta de Nembutal.
La obvia razón es que las autoridades de Estados Unidos han convenido con los cárteles de la droga en dejarlos en paz si mantienen una aceptable tranquilidad en los territorios que controlan. Saben dónde están, los tienen identificados, los castigan de vez en cuando, pero los dejan expender su imprescindible producto para que los ciudadanos estadounidenses no exploten como dinamita, armados hasta los dientes como están. ¿Qué pasaría si la violencia de acá se brincara la barda y se posicionara allá? Nos es tan difícil que ocurra, por lo pronto este mismo día el alguacil de un pueblo de Texas llamado Hudspeth, pide a los texanos armarse contra los narcos mexicanos que llegan de México “huyendo de la violencia”.
Si se desatara la violencia en Estados Unidos la mitad de lo que se ha desatado en México las consecuencias para todos, de un lado y del otro, serían catastróficas. Hay demasiadas armas de las calles. El palpable fanatismo y la intolerancia propiciarían masacres perpetradas por niños de quince años con metralletas de asalto y artillería pesada que dispararían contra todo aquel que no se pareciese a su papá; despertaría a miles de nazis reprimidos que esperan la hora de su venganza (y están armados hasta las cachas), y terminaría muy pronto por involucrar al ciudadano común que sacaría su pistola sin titubear cuando las calles de Los Ángeles, New York o de cualquier condado se pusieran peligrosas; las armas brillarían aceitadas en los salones de clase, en la vinatería, en los mall. Los Estados Unidos verían la impertinencia de armar una sociedad drogada que, aunque ilegalmente, se surte con facilidad de cualquier cantidad de productos.
Si se dejaran de hipocresías y cambiaran la grave contradicción de permitir la circulación de drogas y de mantenerlas prohibidas en la ley, legalizándola, la violencia y las muertes relacionadas disminuirían en muy corto plazo. La prohibición ha propiciado que las calidades y cantidades de las drogas puras se hayan convertido en productos degradados y mortales sumamente adictivos, que son los que circulan masivamente entre los barrios pobres y entre los jóvenes de todas las ciudades del mundo. La prohibición de la droga lo que consiente es la venta de veneno ilegal a la juventud, pero que el gobierno de Estados Unidos ha decidido “tolerar” permitiendo a esas bandas plenamente identificadas que las expendan. El mercado negro lo que suscita es el abuso en los cortes de la droga y la invención de otras sustancias de pésima calidad que circulan con relativa libertad.
Al legalizar las drogas los ciudadanos que las consumen accederían a un control de calidad exigido a cualquier producto en los Estados Unidos, su intensidad y su carácter adictivo estarían garantizadas por el Estado, como ocurre en las drogas legales como el alcohol y el tabaco sin que el mundo se acabe de alcoholismo o cáncer de pulmón; al legalizarse las drogas morirían de sobredosis quienes de igual forma morirán de sobredosis y el ser humano recapacitaría sobre sus dependencias y el alcance y riesgo de su libertad. Al legalizarse las drogas los seres humanos podrán reflexionar sobre la conveniencia de sus adicciones, moderarán su consumo y utilizarán sustancias controladas. De paso nos harían un gran favor a los mexicanos, desaparecerían los cárteles, terminarían paulatinamente con la intolerable violencia que nos envuelve y nos socava. Por eso todo tiene que suceder “allá”.
Y el que esté libre de culpas, que arroje una tableta de Nembutal.
Excelente artículo, Polo. Es un gusto escucharte a través de las palabras.
ResponderEliminarGracias,Lalo, yo también estoy disfrutando mucho babilonia chilanga. Saludos.
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