Una historia para el día de hoy es la de un tratado que nos extirpó la mitad de lo que creíamos ser en el siglo pasado: el Tratado de Guadalupe Hidalgo del 2 de febrero de 1848, que se firma en la Villa de Guadalupe Hidalgo, Distrito Federal, y que pone fin a la intervención estadounidense en México. Por supuesto no se iban con las manos vacías.
Unas simples firmas de los licenciados Bernardo Cuoto, Miguel Astristain y Luis G. Cuevas, en la representación mexicana, así como Nicholas P. Trist por parte de los piratas, dispuso que los territorios de Texas, hasta el Río Bravo, parte de Tamaulipas (entre los ríos Nueces y Bravo), Nuevo México y la Alta California, dejaban de ser tierras mexicanas para anexarse a los Estados Unidos.
Por si algo faltara a la humillación, el tratado especificaba que los mexicanos recibirían 15 millones de pesos como pago de “la venta”. Con mucha dignidad y poco pragmatismo, el Congreso de la Unión se opuso este día al Tratado de Guadalupe Hidalgo, pero sólo sirvió para prolongar la agonía, pues tuvieron que aprobarlo el 30 de mayo de ese mismo año de 1848.
México perdió un territorio que para algunos historiadores nunca fue suyo, pues nunca lo tuvo bajo su control, pero había allí otros habitantes que nadie tomaba en cuenta en las negociaciones, los verdaderos pobladores de esas tierras, que eran los dueños de las llanuras: Apaches, Navajo, Seri, Rarámuri, Hopi, Yuma, Zuni y Pima, Pawne, Pies Negros, Atsina, Assiniboin, Osage, Poncas, Omaha, Crow, Sioux, Hidatsa, Cheyenne, Comanche, Kiowa y Arapahoe; de la costa pacífica los Tlingit, Makah, Salish, Chinook, Haida, Kwakiutl, Nootka y Tsimshian; y de los bosques del sur los Apalache, Timucua, Calusa, Creek, Cherokee, Seminola, Yuchi, Catawba, Natchez, Choctaw, Chicasaw, Mezcaleros, Pieles Rojas, Pai pai y otros pueblos nómadas que habitaban las extensas y ricas llanuras del norte de América.
Ese día se iniciaba otra guerra por ese territorio, pero ya no era de los mexicanos.
Unas simples firmas de los licenciados Bernardo Cuoto, Miguel Astristain y Luis G. Cuevas, en la representación mexicana, así como Nicholas P. Trist por parte de los piratas, dispuso que los territorios de Texas, hasta el Río Bravo, parte de Tamaulipas (entre los ríos Nueces y Bravo), Nuevo México y la Alta California, dejaban de ser tierras mexicanas para anexarse a los Estados Unidos.
Por si algo faltara a la humillación, el tratado especificaba que los mexicanos recibirían 15 millones de pesos como pago de “la venta”. Con mucha dignidad y poco pragmatismo, el Congreso de la Unión se opuso este día al Tratado de Guadalupe Hidalgo, pero sólo sirvió para prolongar la agonía, pues tuvieron que aprobarlo el 30 de mayo de ese mismo año de 1848.
México perdió un territorio que para algunos historiadores nunca fue suyo, pues nunca lo tuvo bajo su control, pero había allí otros habitantes que nadie tomaba en cuenta en las negociaciones, los verdaderos pobladores de esas tierras, que eran los dueños de las llanuras: Apaches, Navajo, Seri, Rarámuri, Hopi, Yuma, Zuni y Pima, Pawne, Pies Negros, Atsina, Assiniboin, Osage, Poncas, Omaha, Crow, Sioux, Hidatsa, Cheyenne, Comanche, Kiowa y Arapahoe; de la costa pacífica los Tlingit, Makah, Salish, Chinook, Haida, Kwakiutl, Nootka y Tsimshian; y de los bosques del sur los Apalache, Timucua, Calusa, Creek, Cherokee, Seminola, Yuchi, Catawba, Natchez, Choctaw, Chicasaw, Mezcaleros, Pieles Rojas, Pai pai y otros pueblos nómadas que habitaban las extensas y ricas llanuras del norte de América.
Ese día se iniciaba otra guerra por ese territorio, pero ya no era de los mexicanos.
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