El 29 de marzo de 1847 el puerto de Veracruz se rinde finalmente al invasor. Las fuerzas del general Zacarías Scott entran a sus anchas por la avenida principal saboreando con los cascos de sus caballos el sabor del despojo. Desde diciembre habían aumentado las embarcaciones de guerra y a principios de este mes comenzó el desembarco de tropas en el puerto, que en todo momento se resistió a la rendición. Los cañones yanquis arrojaron sus esputos de plomo con ciega puntería sobre diversos sitios, logrando sus propósitos de provocar el mayor horror y destrucción. Los muertos y los incendios floreaban en casi cada esquina, y los vivos luchaban, no tanto ya por defender el puerto de los invasores, sino en defensa de su derecho a la vida pues escaseaban alimentos y agua, mientras que lo único seguro era la derrota, que tardaba en llegar. Francia, Inglaterra, España y Prusia enviaron a sus cónsules a negociar una tregua humanitaria, urgía salvar a las mujeres y los niños, pero también definir los términos de la inminente rendición. Finalmente, las negociaciones ser llevaron a cabo con resultados previsibles: no más muertes ni bombas, libertad de recoger los cuerpos y enterrarlos, entrada libre al invasor que se enfiló desde luego a su nuevo destino, la joya de la corona de un reino imposible y destrozado: la ciudad de México. No obstante la resistencia heroica de los defensores del puerto, Juan Morales Landeros y Francisco Durán, tras la derrota de inmediato son aprehendidos, pero ¿por quién crees?, no por los gringos triunfadores, sino por Antonio López de Santa Anna ¡por haberse rendido!
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