El 16 de marzo de 1978 el exprimer ministro de Italia y líder de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, se dirigía al Congreso a refrendar su apoyo al nuevo primer ministro Giulio Andreotti en un histórico acuerdo denominado Compromesso storico que no era bien visto casi por ningún color de la política interna y exterior.
“Debe abandonar su política de colaboración con todas las fuerzas políticas de su país... o lo pagará más caro que el chileno Salvador Allende”, le había advertido un oficial de inteligencia estadounidense que acompañaba a Kissinger en visita oficial, refiriéndose a involucrar al Partido Comunista en su gabinete, según recordó su viuda mucho tiempo después.
Los vehículos en los que viajaba por la vía Fani de Roma, custodiados por cinco guardaespaldas, fueron interceptados por un comando de secuestradores y, tras un intenso y breve tiroteo, en el que murieron sus cinco guardias, Moro fue secuestrado.
Las Brigadas Rojas, denominación de los secuestradores, de inmediato entablaron negociaciones para intercambiar al líder democristiano por una grupo de compañeros encarcelados; Moro escribió cartas desde su cautiverio a altas personalidades de la política e incluso al papa Pablo VI en donde era clara su posición por negociar, aunque en el fondo es muy probable que supiera que su política de apertura democrática dejaba poco margen a su liberación.
Aldo Moro apareció con una bala en la cabeza el 9 de mayo siguiente en una céntrica calle de la capital italiana, tras siete semanas de secuestro. Se habló de la culpabilidad de una logia masónica, la P2, también se dijo que las Brigadas Rojas habían hecho un trabajo sucio para la CIA, así como se señaló al gobierno de Andreotti, pero como suele ocurrir en esta clase de magnicidios, nunca se supo nada en concreto. Lo cierto es que admitir al PCI en una coalición gubernamental incomodó a tantos intereses locales y externos de la oscura política, que tuvo que pagarlo con la vida.
* En la fotografía, Moro asesinado.
“Debe abandonar su política de colaboración con todas las fuerzas políticas de su país... o lo pagará más caro que el chileno Salvador Allende”, le había advertido un oficial de inteligencia estadounidense que acompañaba a Kissinger en visita oficial, refiriéndose a involucrar al Partido Comunista en su gabinete, según recordó su viuda mucho tiempo después.
Los vehículos en los que viajaba por la vía Fani de Roma, custodiados por cinco guardaespaldas, fueron interceptados por un comando de secuestradores y, tras un intenso y breve tiroteo, en el que murieron sus cinco guardias, Moro fue secuestrado.
Las Brigadas Rojas, denominación de los secuestradores, de inmediato entablaron negociaciones para intercambiar al líder democristiano por una grupo de compañeros encarcelados; Moro escribió cartas desde su cautiverio a altas personalidades de la política e incluso al papa Pablo VI en donde era clara su posición por negociar, aunque en el fondo es muy probable que supiera que su política de apertura democrática dejaba poco margen a su liberación.
Aldo Moro apareció con una bala en la cabeza el 9 de mayo siguiente en una céntrica calle de la capital italiana, tras siete semanas de secuestro. Se habló de la culpabilidad de una logia masónica, la P2, también se dijo que las Brigadas Rojas habían hecho un trabajo sucio para la CIA, así como se señaló al gobierno de Andreotti, pero como suele ocurrir en esta clase de magnicidios, nunca se supo nada en concreto. Lo cierto es que admitir al PCI en una coalición gubernamental incomodó a tantos intereses locales y externos de la oscura política, que tuvo que pagarlo con la vida.
* En la fotografía, Moro asesinado.
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