Cosas de la vida. El 12 de marzo de 1816 nace en Tizayuca, Hidalgo, un colorido personaje de la picaresca histórica, pues a su temprano éxito le sobrevino un temprano desenlace. Su nombre era Ignacio Rodríguez Galván.
Rodríguez Galván era un inspirado escritor que a temprana edad escribió floridas poesías, impactantes obras de teatro y las primeras novelas cortas de nuestra literatura; fue fundador de un periódico y director del Calendario de las señoritas mexicanas. Apenas mayor de los 20 años ya era miembro de la Academia de Letrán pues, encima de todo, era un político habilidoso. Tantas dotes reunidas en un hombre lo hicieron merecedor de una singular tarea de alguno de aquellos gobiernos diletantes que de los años cuarentas del siglo XIX que se pasaban el poder como si fuera una pelota. Ignacio, de 26 años de edad, fue comisionado para el servicio exterior, pues alguien le vio dotes también de diplomático, para realizar un espectacular viaje que iniciaría en La Habana e iría recorriendo países hasta llegar a la Argentina. Se hicieron grandes preparativos y se empacaron tremendos equipajes. Sus padres y una extensa parentela lo acompañaron hasta Veracruz para verlo partir en un vapor que lo depositaría en su primera escala; La Habana de una Cuba todavía española que sería el preludio de su larga misión.
A las pocas horas de arribar a La Habana en julio de 1942, Rodríguez Galván fue presa de tremendos calosfríos y altas temperaturas; su estado físico preocupó a la delegación, pero no tuvo tiempo de tomar decisiones que revirtieran la agonía. El joven diplomático murió en pocos días de la temible fiebre amarilla. Fin del viaje.
Rodríguez Galván era un inspirado escritor que a temprana edad escribió floridas poesías, impactantes obras de teatro y las primeras novelas cortas de nuestra literatura; fue fundador de un periódico y director del Calendario de las señoritas mexicanas. Apenas mayor de los 20 años ya era miembro de la Academia de Letrán pues, encima de todo, era un político habilidoso. Tantas dotes reunidas en un hombre lo hicieron merecedor de una singular tarea de alguno de aquellos gobiernos diletantes que de los años cuarentas del siglo XIX que se pasaban el poder como si fuera una pelota. Ignacio, de 26 años de edad, fue comisionado para el servicio exterior, pues alguien le vio dotes también de diplomático, para realizar un espectacular viaje que iniciaría en La Habana e iría recorriendo países hasta llegar a la Argentina. Se hicieron grandes preparativos y se empacaron tremendos equipajes. Sus padres y una extensa parentela lo acompañaron hasta Veracruz para verlo partir en un vapor que lo depositaría en su primera escala; La Habana de una Cuba todavía española que sería el preludio de su larga misión.
A las pocas horas de arribar a La Habana en julio de 1942, Rodríguez Galván fue presa de tremendos calosfríos y altas temperaturas; su estado físico preocupó a la delegación, pero no tuvo tiempo de tomar decisiones que revirtieran la agonía. El joven diplomático murió en pocos días de la temible fiebre amarilla. Fin del viaje.
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