El 31 de marzo de 1914 nace Octavio Paz en Mixcoac, Ciudad de México, en el seno de una familia de intelectuales revolucionarios. Su abuelo Ireneo y la Revolución le consintieron una niñez muy instructiva que combinó la literatura con el suceso histórico; por si fuera poco, su padre fue abogado de Emiliano Zapata y posteriormente vasconcelista perdedor, como todos ellos. Todas esas vivencias permiten al joven Octavio ser ya en 1937 ser una promesa literaria que, con el tiempo, a nadie defraudó.
Don Octavio cumpliría el día de hoy 98 años y seguiría siendo sabio e insoportable, con toda seguridad. Es desde luego el artista más premiado de México y el que mayor influencia ha tenido en la cultura universal. Versátil intelectual, fue embajador en Francia desde 1945, donde escribe El laberinto de la soledad; posteriormente en la India, legación a la que renuncia a raíz de la matanza de Tlaltelolco en 1968, sin dejar nunca de producir la obra poética iniciada en su juventud, paralela a una ensayística que revisa la ontología del mexicano, la política, el arte, la historia, la literatura, además de otras preocupaciones de la cultura mundial que establecen un diálogo con lo más granado de la inteligencia internacional, contenida en 27 obras, decenas de colaboraciones y poemarios.
Siempre será sencillo comenzar a hablar de Octavio Paz, de sus famosos premios, de sus inteligentes seguidores y especialistas en su obra, pero menos sencillo detenerse, pues se trata de un pensamiento poliédrico, culto, comprensible a veces para el lector común y en todo caso muy amplio. “No toda la población que habita nuestro país es objeto de mis reflexiones, sino un grupo concreto, constituido por esos que, por razones diversas, tiene conciencia de su ser en tanto que mexicanos”, medita Paz en su Laberinto. Y contra lo que podría creerse, “este grupo es bastante reducido”. Pero más adelante afirma que ese mismo mestizo, mucho más activo que “la inercia indoespañola del resto” (…), “cada día modela más el país a su imagen, todos pueden sentirse mexicanos”.* El mestizo mexicano crece y conquista a México, por lo que, a final de cuentas, no se trata de un grupo tan reducido.
Octavio Paz hablaba de la oportunidad histórica de desprendernos de esa visión “moderna” del mundo para tomar senderos diferentes a los tradicionales, puesto que el uso exclusivo de la razón no conducía a la comprensión de la mexicanidad. En los albores del siglo XXI las evidencias muestran que, no sólo los antropólogos, sino los mexicanos en su conjunto, buscan aquella comprensión de la que hablaba Paz, ya no en el ánimo de comprender a las comunidades originarias, sino a los resortes ocultos de nuestra propia identidad. Como sea, Octavio Paz representa para el estudiante universitario que alguna vez fui y para el estudioso de medio pelo en el que me convertí, la visión más inteligente y reflexiva de mi mexicanidad, contradictoria y ambivalente como mi propia realidad.
* O. Paz, El Laberinto de la Soledad, FCE, p. 11
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